The End (2024)

Un musical postapocalíptico que ahoga al espectador en un abismo nihilista, donde el futuro no ofrece salvación.

Director: Joshua Oppenheimer

Tilda Swinton, Michael Shannon, George MacKay, Moses Ingram, Bronagh Gallagher, Lennie James, Tim McInnerny 


Joshua Oppenheimer nos entrega con The End un musical que parece absorber la energía vital del espectador, como un agujero negro de emociones y esperanza (¿les suena familiar?). Desde sus primeros compases, la cinta nos sumerge en un universo donde la humanidad ha perdido cualquier ilusión de libertad o redención, atrapada en un ciclo inescapable de culpa y conveniencias sociales que nunca se podrán superar. La atmósfera nihilista se despliega lentamente, a través de las canciones desafinadas y coreografías mecánicas que más que divertir, parecen confirmar que el futuro es inevitablemente sombrío.

En contraste con los musicales convencionales, donde las melodías tienden a ofrecer un escape emocional, en The End las canciones, interpretadas por Tilda Swinton, Michael Shannon, George MacKay, Moses Ingram, Bronagh Gallagher, Lennie James y Tim McInnerny, se sienten como un intento desesperado de mantener una fachada de normalidad. La música no nos ofrece una vía de escape, sino que nos hunde más en la absurda y sofocante realidad de estos personajes privilegiados, que habitan un refugio subterráneo mientras el mundo arde. La disonancia entre el optimismo de las letras y la crudeza de la situación es desconcertante, casi cruel, y nos recuerda constantemente que este no es un musical para evadir la realidad.

Tilda Swinton, en su papel como la matriarca de la familia, entrega una actuación exasperante que alterna entre el nerviosismo y la tiranía. Su desesperada necesidad de mantener el control, a pesar de estar al borde del colapso, resuena en cada uno de sus movimientos y expresiones, y el espectador siente su frágil autoridad resquebrajarse en cada número musical.

Michael Shannon, como el padre, encarna la negación absoluta. Su personaje es un ex ejecutivo del sector energético que minimiza su responsabilidad en el desastre climático, un reflejo de los discursos de justificación que muchos en posiciones de poder han adoptado. Ambos actores canalizan la tensión entre lo que sus personajes saben en lo más profundo y lo que tratan de suprimir, una lucha interna que Oppenheimer maneja como un cirujano obsesionado con su bisturí.

El hijo, interpretado por George MacKay (1917), es el epicentro de una tragedia psicológica aún más profunda. Criado en el aislamiento de un búnker, sin contacto con el mundo exterior, su percepción de la realidad es distorsionada, una versión grotesca de la alegoría de la caverna de Platón. Su personaje es un chico egocéntrico y auto referido que ha crecido creyendo en las ficciones que sus padres han construido para él, como su propia maqueta del mundo. Esta inocencia perversa lo convierte en una figura trágica, un peón de las mentiras de sus padres.

MacKay destaca con una actuación que mezcla tensión interna y curiosidad. Su hijo no solo es un producto de la ceguera ideológica de su familia, sino que también es incapaz de percibir el mundo más allá de las ilusiones que le han inculcado. Sus momentos de baile solitario, coreografiados en la oscuridad del búnker, son tanto ridículos como patéticos, reflejando su aislamiento y su desconexión con cualquier realidad externa. Aquí, Oppenheimer nos representa a una generación perdida antes de haber tenido siquiera la oportunidad de entender el mundo.

Los acompañantes de la familia, quienes son un doctor interpretado por Lennie James, un mayordomo (Tim McInnerny), y una amiga de la madre (Bronagh Gallagher), están atrapados en esta burbuja distópica. Sus roles refuerzan la desconexión de los protagonistas con el sufrimiento humano más allá de su pequeño círculo privilegiado. El mayordomo, en particular, se convierte en una figura trágica cuando el padre de la familia toma sus experiencias personales y las convierte en anécdotas propias, un acto de apropiación que ilustra la parasitaria relación de los privilegiados con las narrativas de los menos afortunados.

La llegada de Moses Ingram (The Queen’s Gambit) como una intrusa que desafía esta frágil estabilidad, dinamita la historia, revelando las fisuras que ya estaban presentes desde el inicio. La confrontación de su personaje con la familia nos ofrece los momentos más tensos y cómicos, donde las interacciones incómodas y los intentos de mantener las apariencias fallan de forma espectacular. Sin embargo, incluso estos momentos parecen incapaces de salvarnos del agotamiento existencial que la película busca provocar.

La conexión entre The End y su aclamado documental de Oppenheimer, The Act of Killing, llega a ser evidente. En aquel trabajo, el director nos mostró a hombres que, para sobrevivir psicológicamente a sus actos genocidas, se escudaban en la ficción y la performance. Aquí, en The End, los personajes igualmente utilizan las canciones y la negación como un medio para lidiar con la culpa y la responsabilidad por un mundo que ellos mismos ayudaron a destruir. Pero mientras que The Act of Killing examina la reescritura del pasado, The End nos enfrenta con el futuro, un tiempo en el que el privilegio ya no puede protegernos de las consecuencias de nuestros actos.

En este sentido, The End es un musical postapocalíptico sin redención, más deprimente y desesperanzador que Joker: Folie à Deux. Mientras que el Joker que no ríe (y no es Joker) se enfrenta a la sociedad y esta lo aplasta como a una cucaracha, los personajes de Oppenheimer intentan seguir con sus vidas en una cueva, ignorando el hecho de que no hay futuro. El director debió haber revisado la maravillosa cinta animada When The Wind Blows, para comprender cómo a su premisa le faltó algo fundamental: la esperanza.

Al igual que con la segunda parte de Joker, The End puede pensarse como una obra audaz y radical, bien actuada y de buena factura, pero lo cierto es que ambas se sienten tremendamente vacías y agotadoras. A lo largo de sus dos horas y media, el espectador de The End es arrastrado a través de escenas redundantes y números musicales que parecen imitar la monotonía y el vacío de la vida que estos personajes han elegido vivir. La pregunta es ¿para qué?

Al final, The End no solo es una crítica de la negación colectiva, sino un recordatorio de que, tal como en un agujero negro, una vez que traspasamos el horizonte de eventos, es decir, el punto donde ya no hay vuelta atrás, solo queda la nada.

Nota: Hasta el momento, la cinta no posee un tráiler.

Sobre André Didyme-Dôme 1771 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para la revista ROLLING STONE EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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