Stop Making Sense (1984)

Regresa al cine la película de concierto definitiva, donde los Talking Heads llevan al espectador a un viaje musical y visual que crece en intensidad hasta alcanzar el éxtasis.

Director: Jonathan Demme

Dirigida por Jonathan Demme y protagonizada por los Talking Heads, Stop Making Sense es más que una simple película de concierto: es una experiencia musical en constante evolución que transforma el arte de las actuaciones en vivo. Lo que comienza como algo casi austero y despojado, crece orgánicamente hasta convertirse en una explosión de energía pura, haciendo de este filme un hito en su género. El meticuloso diseño del espectáculo y la progresión gradual del concierto nos llevan de la intimidad minimalista a un éxtasis colectivo, lo que la consolida como la mejor película de concierto jamás realizada.

Desde el primer instante, Stop Making Sense subvierte las expectativas tradicionales de un concierto. En lugar de comenzar con una explosión de sonido y luces, el cantante David Byrne entra solo al escenario, acompañado únicamente por una guitarra y una radio portátil, interpretando Psycho Killer. Esta apertura es un guiño a la simplicidad y una demostración del control que el filme tiene sobre el ritmo y la narrativa visual. La escena está desprovista de cualquier adorno innecesario: no hay coros exuberantes ni juegos de luces espectaculares, solo Byrne y su guitarra. Es una especie de anti-concierto, pero al mismo tiempo, te atrapa con su inmediatez y su carácter casi íntimo.

A medida que avanza, se van sumando gradualmente los miembros de la banda. Primero, la bajista Tina Weymouth, luego el baterista Chris Frantz, el teclista y guitarrista Jerry Harrison y finalmente los coristas y músicos de apoyo. Con cada nuevo integrante que sube al escenario, el sonido y la intensidad aumentan de forma casi imperceptible, lo que genera una sensación de progresión natural y orgánica. Jonathan Demme dirige este desarrollo con una sutileza notable, evitando los clichés de los cortes rápidos y los ángulos frenéticos, favoreciendo tomas largas que nos permiten absorber completamente la evolución de la puesta en escena.

La estructura del filme está construida para maximizar el impacto emocional. No se trata simplemente de capturar una serie de actuaciones; es una narrativa audiovisual diseñada para llevar al espectador a un viaje ascendente. A medida que la música se vuelve más compleja, también lo hacen las interacciones visuales en el escenario. La iconografía de la película, con Byrne como un hombre adulto al borde de un ataque de pánico en Once In A Lifetime o en su famoso traje grande durante Girlfriend Is Better, son más que un truco visual: simbolizan el crecimiento del espectáculo y su sentido de grandiosidad que contrasta con la humildad inicial. Este tipo de detalles visuales, sumados al trabajo de iluminación minimalista, convierten a Stop Making Sense en una obra maestra de la performance.

El físico de Byrne, que se mueve constantemente, saltando y corriendo, irradia una energía que es contagiosa. No es el rock de actitud desgastada y decadente que caracteriza a tantas otras bandas, sino algo fresco, vital y, como bien describió el crítico Roger Ebert, saludable. La película, al capturar esta vitalidad, establece una nueva forma de experimentar un concierto en pantalla. Demme evita las típicas tomas de reacción del público, centrándose completamente en la banda, lo que refuerza la sensación de que estamos viendo algo más que un show: es una experiencia meticulosamente construida y diseñada para mantenernos inmersos. 

Jonathan Demme, además de ser un director aclamado por su trabajo en películas como The Silence of the Lambs (1991) o Philadelphia (1993), tuvo una conexión profunda con la música. Su estilo, centrado en la autenticidad de la interpretación y en capturar la energía de los músicos en su mejor forma, lo consolidó como uno de los cineastas más innovadores en este campo. Vean tan solo el videoclip de The Perfect Kiss (1985) de New Order, donde optó por una dirección sencilla y directa, mostrando a la banda tocando en su estudio sin trucos ni efectos, lo que permitió que la música hablara por sí misma. Este minimalismo resonaba con su enfoque de capturar a los músicos en su elemento más puro y allí es donde residía la magia conjurada por Demme.

Demme realizaría varias películas de concierto posteriores. En Storefront Hitchcock (1998), Jonathan Demme filmó al músico británico Robyn Hitchcock interpretando un set acústico en una tienda vacía de Nueva York. A diferencia de los grandes espectáculos o los conciertos llenos de producción visual, este documental se centró en la intimidad y la esencia de la música de Hitchcock, capturando su estilo peculiar y sus letras surrealistas.

En la trilogía conformada por Neil Young: Heart of Gold (2006), Neil Young Trunk Show (2009) y Neil Young Journeys (2011), mostró su habilidad para capturar el alma del músico, reflejando el estilo de Young y su capacidad para transmitir emociones de una manera tranquila e introspectiva. Y en Justin Timberlake + The Tennessee Kids (2016), su último trabajo antes de fallecer en 2017 demostró que seguía siendo un maestro del cine de conciertos, equilibrando la espectacularidad con momentos más íntimos y personales. 

Lo que distinguió a Jonathan Demme en el mundo de este tipo de películas es su enfoque en la autenticidad. En lugar de sobrecargar sus filmes con tomas rápidas, efectos o enfoques narrativos externos, Demme optaba por una dirección que resaltara la pureza de la actuación. Su trabajo no solo capturaba a los músicos en acción, sino que inmortalizaba momentos de pura conexión entre los artistas, su música y el público.

Lo que hace de Stop Making Sense la mejor película de concierto de todos los tiempos es su capacidad para trascender los límites del formato. No solo nos muestra una banda tocando en un escenario; nos cuenta una historia, nos involucra en una progresión musical y visual que alcanza su cúspide en un clímax que se siente tanto como un triunfo artístico como una celebración emocional. La claridad del sonido, que ha sido mezclado y editado para superar incluso la experiencia en vivo, es otro de los elementos que elevan esta película. La fusión entre la perfección técnica y la emoción desenfrenada es lo que la hace incomparable.

David Byrne, con su singular estilo de performance, es el corazón del filme. La forma en que combina lo teatral, lo físico y lo musical es una prueba de su genialidad y del control absoluto que tiene sobre su arte (véanlo también en la fantástica American Utopia de Spike Lee). En un mundo donde los conciertos de rock pueden ser caóticos o indulgentes, Byrne y Demme nos presentan un espectáculo preciso, elegante y, sobre todo, transformador.

Stop Making Sense no solo captura un momento único en la historia de la música, sino que lo eleva a una obra de arte atemporal. Su estructura progresiva, la dirección brillante de Demme y la energía inagotable de Byrne, los Talking Heads (y el proyecto de Weymouth y Franz conocido como Tom Tom Club que hace aquí una bienvenida aparición) la hacen insuperable en el panorama de las películas de conciertos. Es una celebración de la música, del cine y de la vida misma, y sigue siendo, 40 años después, la cúspide del cine musical en vivo.

Sobre André Didyme-Dôme 1771 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para la revista ROLLING STONE EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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