De naturaleza violenta deconstruye el slasher siguiendo sus reglas, con un enfoque hipnótico, contemplativo e hiperviolento.
Director: Chris Nash
Ry Barrett, Andrea Pavlovic, Cameron Love
El primer largometraje del director Chris Nash es una abstracción minimalista del cine slasher. De naturaleza violenta, es un brutal experimento que, más que buscar sobresaltos en su público, opta por experimentar con las reglas del género. Filmada en un bosque canadiense y marcada por una estética contemplativa que pertenece al cine de Béla Tarr, Denis Côte, Ingmar Bergman o Andréi Tarkovski, la cinta mezcla la brutalidad de The Texas Chain Saw Massacre, Halloween y Friday The 13th, con una serenidad casi hipnótica, ofreciendo una experiencia tan incómoda como intrigante.
La historia casi inexistente y derivativa se va revelando a medida en que la película avanza. Johnny (Ry Barrett) es nuestro asesino enmascarado de origen sobrenatural, que despierta de su letargo cuando un grupo de jóvenes altera un objeto ritual en un parque nacional. Sin embargo, la ejecución de esta premisa es lo que hace que De naturaleza violenta valga la pena. Nash adopta un enfoque formal basado en largos planos secuencia, encuadres estáticos y un diseño de sonido minimalista que prescinde casi por completo de música, dejando que los sonidos naturales del bosque dominen la atmósfera. El estilo visual con una cámara que flota detrás del brutal asesino nos hace sentir como si estuviéramos viendo una especie de documental sobre el “trabajo” de Johnny.
Lo más llamativo de la cinta de Nash es cómo deconstruye al slasher de sus mecanismos más característicos siguiendo al pie de la letra sus reglas. Aquí no hay sustos repentinos ni tensión sostenida; la película prefiere mostrar al asesino en todo momento, eliminando el misterio habitual sobre su paradero. Esta transparencia, lejos de restarle impacto, introduce una dosis de humor negro: el público será testigo de las inevitables tragedias de los personajes, quienes, a pesar de sus intentos, son incapaces de escapar del implacable Johnny. Sus muertes, elaboradas sin cortes y con efectos de maquillaje de gran calidad, destacan por su creatividad grotesca. Desde cabezas y cuerpos diseccionados lentamente hasta el uso creativo de una máquina para partir troncos. ¿Estamos viendo un slasher o un splatter? La respuesta es ambos.
El trasfondo de Johnny, aunque insinuado más que explícito, agrega una dimensión de denuncia social a la película. Los detalles sobre su conexión con una comunidad maderera explotada y un niño asesinado en un acto de venganza sugieren un subtexto sobre las injusticias económicas y laborales. Esta capa narrativa, aunque sutil, enriquece la figura del antagonista, transformándolo en un espectro de resistencia violenta contra un sistema opresivo.
Pero, a pesar de sus virtudes, la película enfrenta un desafío en su tramo final. Cuando el foco se desplaza hacia la típica final girl (Andrea Pavlovic), se pierde algo de la frescura sádica que la caracteriza. La protagonista, apenas desarrollada, no logra sostener el interés del espectador, eclipsada por la presencia omnipresente de Johnny (algo que no sucede en La masacre en Texas). El epílogo, con un aburrido viaje en una camioneta, deja la historia en punta y descompensa la propuesta de la película.
De todas maneras, Chris Nash se perfila como un director a seguir, y aunque este enfoque podría perder fuerza en la innecesaria secuela que ya está programada para el próximo año, esta primera entrega destaca como una propuesta paradójica (típica y original al mismo tiempo) dentro del cine de terror contemporáneo.
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