Mufasa: The Lion King es una precuela visualmente impresionante pero emocionalmente fría, que recicla tropos sin aportar frescura a la saga.
Director: Barry Jenkins
Con las voces de Aaron Pierre, Kelvin Harrison Jr., Tiffany Boone, Mads Mikkelsen, Seth Rogen, Beyoncé Knowles
La tendencia de Disney de reciclar franquicias y realizar versiones live action de sus clásicos animados está alcanzando niveles agotadores. Aunque estas adaptaciones funcionan cuando mejoran materiales deficientes (Pete’s Dragon), expanden historias (Christopher Robin) o humanizan villanos (Maleficent, Cruella), el resultado es insatisfactorio e innecesario cuando son copias casi literales, como Beauty and the Beast, Aladdin y The Lion King. Este último ejemplo, a pesar de su innovador CGI, resultó ser una experiencia vacía y fría, problemas que persisten en Mufasa: The Lion King, una precuela que intenta justificar su existencia sin lograrlo del todo.
Desde su concepción en 1994, The Lion King ha sido objeto de polémicas. Vendida originalmente como la primera película animada «original» de Disney, su historia resulta ser un plagio descarado de Kimba, el león blanco de Osamu Tezuka, inspirado a su vez en Hamlet. Además, siempre estuvo bajo la amenaza fantasma de clásicos como Bambi y El libro de la selva de las que bebe muchísimo. Ahora, con Mufasa, la franquicia busca profundizar en los orígenes del padre de Simba (que originalmente gozó de la voz del fallecido James Earl Jones) y su relación con Taka, quien más tarde se convertiría en Scar (que en la versión animada tenía la voz de Jeremy Irons). Sin embargo, lo que podría haber sido una exploración interesante de la traición y la caída de un hermano (piensen en haber utilizado a Macbeth) termina siendo una historia derivativa que no aporta nada nuevo al universo de The Lion King.
Dirigida por Barry Jenkins, autor de la obra maestra Moonlight, Mufasa brilla técnicamente gracias a su CGI de última generación. La textura del pelaje, el movimiento de los músculos y las sutilezas de la iluminación son impresionantes, logrando un realismo sin precedentes. Pero, al igual que su predecesora, este realismo hiperdetallado carece de la expresividad emocional que hacía que la animación original conectara profundamente con el público. Este dilema técnico convierte a los animales en figuras visualmente impresionantes, pero emocionalmente opacas.
La narrativa sigue a un joven Mufasa (con la voz de Aaron Pierre) que, tras ser separado de su familia por una inundación, es adoptado por el orgullo de Taka (Theo Somolu como cachorro y Kelvin Harrison Jr. como adulto). La película explora cómo estos dos hermanos desarrollan una relación inicialmente cercana, marcada por la lealtad y la admiración mutua, que con el tiempo se deteriora debido a los celos, las expectativas y las dinámicas de poder dentro del orgullo, por no mencionar a un león blanco malvado llamado Kiros con la voz de Mads Mikkelsen.
Aunque la premisa tiene potencial, Mufasa no logra diferenciarse de otras historias similares. El conflicto entre Mufasa y Taka recuerda inevitablemente la relación entre Obi-Wan y Anakin en la horrible trilogía de precuelas de Star Wars. Aquel vínculo desgarrado, aunque problemáticamente ejecutado por George Lucas, tenía un trasfondo épico que aquí no se alcanza. De forma similar, este mismo año, Transformers One abordó con mayor elocuencia la caída de la amistad entre Optimus Prime y Megatron, ofreciendo una exploración más emocionalmente resonante que la fraternal rivalidad de Mufasa y Taka.
Además de su narrativa predecible, el guion de Jeff Nathanson se tambalea entre lo superficial y lo derivativo. Aunque se intenta construir el deterioro de la relación entre los hermanos, las interacciones carecen de profundidad genuina. Los intentos de comedia, a cargo de Timón y Pumbaa (con las voces de Billy Eichner y Seth Rogen), resultan insulsos y reciclados de sus apariciones anteriores, como si se tratara de un requisito obligatorio traerlos de vuelta.
La música del sobreutilizado Lin-Manuel Miranda aporta algunos momentos memorables, como I Always Wanted a Brother, pero no logra estar a la altura de las composiciones de Elton John y Hans Zimmer en la película original. A pesar de ser pegajosas, las canciones carecen de la trascendencia emocional necesaria para elevar la narrativa.
Aunque Barry Jenkins logra crear destellos de belleza visual, su dirección parece limitada por las rígidas exigencias de Disney. Al igual que le sucedió a Chloe Zhao, la ganadora del Óscar por Nomadland en Eternals, Jenkins parece domesticado, entregando un producto técnicamente impecable pero falto de la poesía y el alma que definieron sus mejores trabajos, como la mencionada Moonlight o la hermosa If Beale Street Could Talk. Momentos como el rescate de Mufasa de un río en su infancia o los paisajes africanos son visualmente impresionantes, pero carecen del impacto emocional que una historia como esta debería transmitir.
Mufasa es un producto visualmente atractivo pero narrativamente cansado, más interesado en maximizar el rendimiento de una franquicia que en contar una historia significativa. La dinámica entre Mufasa y Scar, aunque intrigante en teoría, no logra diferenciarse de los tropos ya explorados en otras sagas. Para los espectadores, la película se siente como un recorrido por terreno conocido, empaquetado con un nuevo brillo técnico pero carente de la chispa que hizo especial al clásico animado de 1994.
En última instancia, Mufasa: The Lion King subraya el agotamiento creativo de Disney y su obsesión por reciclar historias. A pesar de sus momentos visuales deslumbrantes y un elenco comprometido, la película carece del corazón y la frescura necesarios para justificar su existencia, dejando una sensación de déjà vu que opaca incluso sus mejores cualidades. Y como si fuera poco, ya vienen nuevas versiones live-action de Blanca Nieves, Lilo & Stitch, Moana y Enredados. ¡Hakuna Mufasa!
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