
Las vidas de Sing Sing es una carta de amor al arte de actuar, escrita desde lo más profundo de una prisión.
Director: Greg Kwedar
Colman Domingo, Clarence Maclin, Sean San José, Paul Raci

En un mundo donde los muros encierran cuerpos y los números reemplazan nombres, Las vidas de Sing Sing nos recuerda que el arte, cuando es genuino, puede derribar cualquier frontera. Esta película, dirigida con sensibilidad por Greg Kwedar (Transpecos), no solo relata la historia de un grupo de reclusos que encuentra redención a través del teatro, sino que se convierte, en sí misma, en una experiencia de liberación colectiva.

Basada libremente en hechos reales, la película se inspira en el programa Rehabilitation Through the Arts (RTA), fundado en la prisión de Sing Sing en Nueva York en los años noventa. El programa, que sigue activo, ofrece talleres de teatro, danza y escritura a personas privadas de la libertad, ayudándoles no solo a procesar su dolor y sus historias, sino también a reconstruir su identidad. En este contexto, Las vidas de Sing Sing sigue a John «Divine G» Whitfield, un recluso veterano interpretado con una profundidad conmovedora por Colman Domingo, quien ve en el teatro una vía de sanación y comunidad.
Domingo, en una de las actuaciones más intensas y contenidas de su carrera, encarna a un hombre que ha hecho del arte una forma de resistencia. Su presencia en pantalla es magnética, pero lo que realmente eleva la cinta es la generosidad con la que permite que otros, especialmente los actores no profesionales que interpretan versiones de sí mismos, brillen a su lado. Entre ellos destaca George «Divine Eye» Maclin, quien no sólo actúa sino que también coescribe el guion y revive su propia transformación personal al enfrentarse a Shakespeare dentro de los muros de una prisión de máxima seguridad.
El resultado es una obra que recuerda profundamente a César debe morir (2012) de los hermanos Taviani, aquella inolvidable película italiana donde también eran presos reales quienes representaban a los personajes de Julio César. Ambas producciones son ejercicios de metateatro, donde el artificio del escenario se entrelaza con la más descarnada verdad biográfica. Al igual que en la obra de los Taviani, aquí también asistimos a un conmovedor juego de espejos: los actores interpretan a personajes que a su vez los interpretan a ellos.
La cámara de Kwedar no busca el morbo ni el dramatismo fácil. No se recrea en la violencia ni en los castigos. Prefiere, en cambio, los momentos de humanidad: los ensayos, las bromas, las confesiones a media voz, la emoción contenida de alguien que, por primera vez, ve valor en sus propias palabras. La fotografía es sobria pero luminosa, y la edición evita cualquier grandilocuencia, respetando los silencios y los tiempos reales de las emociones.
Pero lo más admirable de Las vidas de Sing Sing es que no se queda en la anécdota ni en la celebración superficial del arte como terapia. Va más allá, proponiendo una reflexión sobre cómo el teatro, en su forma más pura, puede ser un espejo que devuelve la dignidad a quienes la sociedad ha decidido olvidar. La película no dramatiza el encarcelamiento como castigo, sino que lo observa como una realidad compleja, y propone la creatividad como una herramienta de restitución afectiva y simbólica.
Por último, es justo mencionar que la película se convierte también en un ejercicio ético: muchos de los participantes reales del programa RTA forman parte del elenco y del equipo creativo. No son meros sujetos representados: tienen voz, voto y crédito. Esto le confiere a la obra un valor adicional, alejándola de la mirada extractiva que a menudo impera en el cine basado en hechos reales.
Las vidas de Sing Sing es, en suma, una obra profundamente humana y necesaria. En tiempos donde la empatía escasea, este filme nos ofrece una ventana hacia un lugar donde, contra todo pronóstico, el arte florece. Y lo hace no como ornamento, sino como salvavidas.
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