The Penguin Lessons (Lecciones de un pingüino) (2025)

El cine ya había probado a los pingüinos como metáforas de la vida, pero ninguno como este.

Director: Peter Cattaneo

Steve Coogan, Jonathan Pryce, Lars Björn Gustafsson, Vivian El Jaber, Alfonsina Carrocio

Hay algo profundamente conmovedor (y peligrosamente delicado) en la apuesta de The Penguin Lessons. En la superficie, parece otra cinta amable en la que un animal adorable le enseña al protagonista a vivir mejor. Jim Carrey ya lo había intentado con su desfile de pingüinos digitales en Mr. Popper’s Penguins (2011). Jean Reno lo había hecho en tono melancólico y realista en My Penguin Friend (2024). Pero esta película británica, ambientada en la Argentina convulsa de 1976, tiene un corazón más grande y una ambición más compleja. Y contra lo que dicen sus detractores, logra encontrar una síntesis insólita: un cuento entrañable y tierno en un país atravesado por la desaparición forzada, la censura, la violencia y el miedo.

La historia, basada en las memorias de Tom Michell, nos presenta a un inglés desencantado (Steve Coogan, sobrio pero profundamente humano) que huye de su pasado para refugiarse como profesor de inglés en un internado de élite en Buenos Aires. El colegio, símbolo de privilegio y conservadurismo, contrasta con el país que arde a su alrededor. En una escapada a Uruguay, Tom rescata a un pingüino cubierto de petróleo. Contra todo pronóstico, se lo lleva consigo, lo bautiza Juan Salvador (una referencia a la edulcorada novela de Richard Bach), lo convierte en compañero inseparable y, sin saberlo, en catalizador de una transformación interna.

El tono de la película es intencionadamente dual: por un lado, el humor involuntario de convivir con un ave marina en un apartamento porteño (el pingüino se roba los planos cada vez que sacude su cabeza, camina o protesta con graznidos teatrales); por el otro, el crecimiento paulatino del horror exterior. Lo que comienza como una historia excéntrica se va tiñendo de sombras, desapariciones, denuncias veladas y silencios ensordecedores.

Peter Cattaneo, experto en la comedia social (The Full Monty), dirige con una sensibilidad que busca evitar el sentimentalismo fácil. Es cierto que en algunos momentos el guion tambalea entre el rito de pasaje tardío, la historia del maestro y sus pupilos y el drama político, pero hay que leer esas fisuras como parte del gesto de riesgo. El filme no quiere reducir la historia argentina a un decorado, sino enfrentar la pregunta incómoda: ¿puede un extranjero intervenir en el dolor de un país que no es el suyo sin caer en la condescendencia?

Coogan, famoso por su ironía y su distancia emocional en la maravillosa saga de The Trip, aquí se somete al silencio, a la contención y al desconcierto. Su Tom es un hombre marcado por una culpa antigua (que es mejor no revelar aquí) y en medio del caos encuentra en ese pingüino una razón para quedarse, amar e involucrarse. La relación entre ambos es ridícula y sublime, como lo son los afectos verdaderos. Y aunque el animal funcione como un evidente símbolo (de inocencia, alteridad y fragilidad), nunca se convierte en un simple accesorio narrativo. Juan Salvador, como los mejores personajes del cine mudo, expresa sin palabras.

El elenco secundario merece también aplausos. Jonathan Pryce compone un rector autoritario pero no caricaturesco, y Lars Björn Gustafsson como el colega de Tom, equilibra la rigidez escandinava con una calidez latente. Pero son las actrices argentinas Vivian El Jaber y Alfonsina Carrocio quienes como la empleada María y su hija Sofía conectan el relato con la tierra. En sus miradas hay dolor, resistencia y dignidad. Son ellas quienes revelan al protagonista (y al espectador) que no hay ternura posible sin memoria, y que a veces el amor se manifiesta en pequeñas acciones de valentía cotidiana.

La película se atreve a mostrar, sin caer en el morbo, la brutalidad de un régimen que convirtió las ideas en delitos. En una escena breve pero demoledora, Tom se encuentra con Sofía y discuten de temas anodinos. Más adelante, un auto se detiene, ella es secuestrada, desaparece y nadie parece notarlo. El silencio y la parálisis de Tom ante el hecho es más elocuente que cualquier discurso. Y es en ese contexto que el cuidado de un pingüino se transforma en acto político, en declaración de principios y resistencia.

Sí, es cierto que el final puede resultar complaciente. Que hay un epílogo que busca la esperanza en un mar de tragedia. Pero ¿acaso no necesitamos también narrativas donde el bien, aunque sea en escala mínima, logra abrir una rendija de luz?

The Penguin Lessons no es un retrato perfecto ni una denuncia desgarradora. Es una fábula imperfecta, pero profundamente necesaria. En tiempos de cinismo global, una historia donde un hombre herido aprende a luchar por lo justo gracias a un pingüino es, en sí misma, una forma de poesía política. Como si nos recordara que no todo está perdido si somos capaces de cuidar lo frágil, de decir que no cuando todos callan y de abrazar lo extraño cuando la realidad se vuelve intolerable. Y sí, quizás no cambie el mundo. Pero en su pequeño universo narrativo, salva a un hombre. Y eso, ya es un comienzo.

Sobre André Didyme-Dôme 1967 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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