
Un documental colombiano que convierte una residencia geriátrica en un espacio de memoria, dignidad y denuncia.
Director: Andrés Carmona Rivera

En el cortometraje documental El hotel de los inválidos (1952), Georges Franju convirtió un hospital militar parisino en un escenario espectral donde los símbolos del heroísmo nacional se descomponen ante la mirada implacable de la cámara. Lo que comienza como una elegía a los veteranos de guerra se transforma, con sutileza y rigor, en una contundente crítica al militarismo, al poder, a la glorificación de la muerte. Franju recurre al montaje poético y a la ironía para revelar la podredumbre moral tras los rituales del honor. Casi tres cuartos de siglo después, Mauricio Carmona recupera esa intención estética y ética para componer, desde Colombia, una obra igualmente melancólica y subversiva.

Concebida, dirigida, fotografiada y editada por Carmona Rivera (también guionista junto al productor Mauricio Carmona), el documental es mucho más que el retrato de una institución para hombres mayores en situación de abandono. Se trata de una estancia real: La Fundación San Camilo en Medellín, un lugar precario que acoge a ancianos con historias de desplazamiento, de enfermedad y de marginalidad. Pero Carmona no se limita a registrar esas vidas con vocación asistencialista. Lo que propone es una contemplación profunda, serena y envolvente del paso del tiempo, del deterioro físico, de la vulnerabilidad. Y, sobre todo, del derecho a seguir siendo alguien cuando el país ya ha dejado de mirar.
Lo que comienza como un retrato coral se centra progresivamente en tres figuras: Raúl Agudelo Márquez, Álvaro Salazar Jaramillo y Guillermo León Cárdenas, quienes murieron poco después del rodaje (Raúl y Álvaro en 2020, Guillermo en 2021), y esa cercanía con la muerte impregna la cinta de una dimensión elegíaca. Pero Estancia nunca cae en la condescendencia ni en el sentimentalismo. Tampoco se entrega a un discurso explícito. Su fuerza radica precisamente en el silencio, en los gestos mínimos, en los encuadres largos donde los personajes aparecen casi inmóviles, suspendidos en una especie de tiempo terminal. Carmona filma sin juzgar y con la delicadeza de quien respeta profundamente aquello que está desapareciendo, pero también con la decisión política de quien sabe que filmar es resistir al olvido.
En este sentido, la película opera en dos niveles: El primero es el de la observación casi etnográfica del lugar, de sus rutinas, de sus cuerpos frágiles y de sus objetos desgastados; el segundo, más subterráneo pero no menos poderoso, es el que emerge cuando se revela (sin énfasis) que muchos de estos hombres han sido discriminados por su orientación sexual. La residencia se convierte entonces no solo en un refugio de la vejez, sino en un asilo de vidas que han sido rechazadas por una sociedad machista, clasista y homofóbica. Estancia denuncia esa violencia estructural sin levantar la voz y sin necesidad de recurrir al testimonio directo o a la indignación explícita. Basta con mostrar cómo se miran, cómo se cuidan y cómo narran fragmentos sueltos de su historia.
Hay algo profundamente ético en la decisión formal de Carmona, ya que este no interroga, no interviene y no manipula, sino que deja que la luz natural, los sonidos del entorno y los planos fijos hablen por sí mismos. En lugar de un documental de denuncia, su director nos ofrece una película que transita los terrenos del cine ensayo, de la poesía visual y del retrato existencial. La cámara no espía ni embellece sino que acompaña. Y esa compañía es política, debido a que implica estar con los que ya no tienen quien los escuche. Implica restaurar, aunque sea por la vía del cine, una forma mínima de justicia.
Estancia también es, en su estructura y ritmo, una obra de resistencia contra la lógica del espectáculo y la urgencia. Su tempo pausado invita a mirar de otra manera, a detenerse y a permanecer. Esa es, quizás, su mayor virtud. En un mundo que celebra la juventud, la productividad y el ruido, Carmona ha filmado el derecho a la lentitud, a la memoria, a la libertad y a la permanencia. Y ha dado voz, sin pronunciarla, a quienes solo tenían sus cuerpos olvidados y sus objetos arrumados como testimonio.
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