Mission: Impossible – The Final Reckoning (Misión: Imposible – La sentencia final (2025)

Tom Cruise se despide de Ethan Hunt con un espectáculo descomunal, aunque irregular, que parece más un manifiesto personal que un capítulo coherente de la saga.

Director: Christopher McQuarrie

Tom Cruise, Hayley Atwell, Ving Rhames, Simon Pegg, Esai Morales, Angela Bassett, Pom Klementieff

En Mission: Impossible – The Final Reckoning, Tom Cruise no solo interpreta por última vez a Ethan Hunt, sino que también firma su testamento cinematográfico como la última gran estrella de acción. Con esta entrega, la saga que comenzó en 1996 parece cerrar el círculo: Más que un thriller de espías se convierte en un autorretrato épico, en una oda a la obstinación de su protagonista por trascender los límites del cuerpo y del espectáculo. Lo hace, sin embargo, a costa de la narrativa, de la tensión y del espíritu mismo que hizo de la serie televisiva de Bruce Geller un hito del espionaje elegante e inteligente.

La película arranca con un primer acto que raya en lo insoportable: una maraña de exposiciones, recapitulaciones forzadas y montajes nostálgicos diseñados para que el espectador recuerde (o finja recordar) lo sucedido en Dead Reckoning – Part One (2023). Es como si Christopher McQuarrie, nuevamente al mando, intentara maquillar la falta de impulso narrativo con un torbellino de nombres, rostros y amenazas apocalípticas. Lo que debía ser tensión se convierte en confusión, lo que debía ser drama es mero relleno, y uno se pregunta si esta era la mejor forma de iniciar una despedida.

Lo cierto es que desde hace años la saga abandonó la lógica del thriller para abrazar la megalomanía de Cruise, quien ha convertido cada entrega en un homenaje a su propio cuerpo, a su resistencia física, a su voluntad de desafiar la muerte por y para el cine. En ese sentido, Final Reckoning es coherente: No se trata de espionaje, sino de éxtasis cinético. Pero al hacerlo, olvida las raíces de la serie original, cuyo suspenso se apoyaba en la inteligencia, el sigilo y la elegancia. Toda esta franquicia, en efecto, ha sido una larga excusa para que Tom Cruise juegue a ser James Bond, sacrificando la identidad original en aras de un espectáculo más vistoso pero menos sutil.

A pesar de haber contado con cinco directores, desde Brian De Palma hasta Brad Bird, y haber mutado estilísticamente de forma radical, la franquicia alcanzó su cima en Fallout (2018), también dirigida por McQuarrie, que sigue siendo la mejor película de la saga y una de las obras maestras del cine de acción contemporáneo. Allí, la acción no solo era virtuosa sino coherente; las secuencias de riesgo estaban al servicio de un relato cargado de tensión moral, ambigüedad ideológica y ritmo trepidante. En cambio, Final Reckoning parece perder ese equilibrio. Hay momentos de gran virtuosismo (como la acrobacia aérea final, que desafía cualquier lógica y se erige como clímax visual), pero el conjunto carece de la densidad emocional de su predecesora.

La participación de actores como Hayley Atwell, Pom Klementieff, Ving Rhames y Simon Pegg, así como la incorporación de Tramell Tillman (Severance) y Katy O’Brian (Love Lies Bleeding), aporta frescura y presencia escénica, pero todos giran en torno al astro absoluto que es Cruise. Este no solo dirige el espectáculo desde la sombra, sino que lo convierte en vehículo de una misión más personal: Salvar el cine, como él lo ha afirmado, del colapso digital, de la banalidad del contenido en serie, de la irrelevancia de las estrellas. Bajo esa lógica, no es descabellado leer en estos últimos capítulos mensajes velados (o no tan velados) sobre la cienciología: Discursos sobre el control, la tecnología como amenaza, entidades invisibles que manipulan la realidad, y la necesidad de fe ciega en un líder dispuesto a sacrificarse por el bien común. No es la primera vez que el cine de Cruise bordea el proselitismo ideológico, pero aquí la carga simbólica es más evidente.

Paradójicamente (y al contrario de Battlefield Earth de John Travolta), Final Reckoning deja un buen sabor de boca. No por su guion, ni por su estructura (dispersa, irregular y en exceso autoconsciente), sino por su dimensión crepuscular. Hay algo emotivo en ver a Cruise, con 62 años, colgado de un biplano o sumergido en las profundidades del océano, como si estuviera dispuesto a morir con las botas puestas. Su Ethan Hunt no es solo un agente al borde del abismo, sino un actor que resiste al paso del tiempo y al cinismo industrial con una entrega absoluta.

No es la mejor película de la saga (ese lugar ya está reservado para Fallout), ni la peor (la primera parte es un desastre pese a que tuvo a Brian DePalma como director), tampoco es la más audaz (Ghost Protocol ofrecía una inventiva visual superior), pero sí es, quizás, la más sincera. Un cierre grandilocuente, irregular y algo místico, que consagra a Tom Cruise no solo como estrella, sino como mito viviente de una forma de hacer un cine que ya no existe.

Sobre André Didyme-Dôme 1901 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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