
Un viaje visual y narrativo que parece más una cápsula perdida entre Rushmore y The Royal Tenenbaums que una evolución legítima en la obra de Wes Anderson.
Director: Wes Anderson
Benicio Del Toro, Mia Threapleton, Michael Cera, Benedict Cumberbatch, Jeffrey Wright, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Bryan Cranston

Después de alcanzar una plenitud estilística y conceptual en The French Dispatch, una obra maestra que redefinió su propio lenguaje como cineasta y propuso una sinfonía polifónica entre narrativa, periodismo y teatralidad, Wes Anderson regresa con The Phoenician Scheme, una película que, paradójicamente, se siente como una obra de transición a destiempo. En lugar de expandir sus hallazgos recientes, como lo hiciera en la virtuosa Asteroid City, donde conjugó el humanismo más libre con una arquitectura formal deslumbrante, y en sus cortometrajes de Netflix basados en los relatos de Roald Dahl, que prácticamente redefinieron el lenguaje del cine, el streaming, la literatura y el teatro para el siglo XXI.

Aquí Anderson parece dar un paso atrás. Esta cinta en formato 1:50:1, más que una progresión, es un guiño nostálgico a los primeros años de su carrera, como si intentara congraciarse con una parte de su audiencia que no estuvo dispuesta a aceptar el giro ensayístico y maduro de sus últimas piezas.
Protagonizada por Benicio del Toro y una sorprendente Mia Threapleton (hija de Kate Winslet) la película sigue las peripecias del magnate sin patria Zsa-Zsa Korda y su intento por asegurarse un legado a través de su hija Liesl, una joven que ha renunciado a su linaje empresarial para ingresar al convento. La paradoja está servida desde el título. El esquema fenicio remite a una intriga geopolítica tan absurda como refinada, un plan de dominación económica que involucra túneles, embalses y ribetes artificiales. Pero lo que en apariencia es una sátira globalista, en el fondo es la historia íntima de un padre que intenta recuperar la relación perdida con su hija.
El guion, coescrito por Roman Coppola, hijo del director de El padrino, hermano de la directora de Lost in translation y habitual colaborador de Anderson, contiene su sello: Una coreografía de personajes excéntricos, discursos veloces y momentos de dislocada y excéntrica ternura. Pero por debajo de esta superficie encantadora se asoma un aire de repetición. La cinta parece más preocupada por emular el arquetipo “andersoniano” que por ensayar nuevas posibilidades. Incluso las secuencias más logradas (como la cena con los nueve hijos del magnate o el partido de baloncesto diplomático con Tom Hanks y Riz Ahmed) tienen la sensación de haber sido planeadas con regla y compás, pero con poca humanidad involucrada.
Parte de esta sensación se explica por la ausencia de Robert D. Yeoman, el director de fotografía que ha acompañado a Anderson desde Bottle Rocket y cuya mirada ha sido esencial para construir el universo visual del director. En su lugar entra Bruno Delbonnel, un cineasta visualmente virtuoso (como lo demuestran Amélie o Inside Llewyn Davis), pero que aquí no logra integrarse del todo al engranaje estético. La luz y las texturas se vuelven más agresivas, y la fluidez de las imágenes se resiente. Por momentos, The Phoenician Scheme se ve como un “fan film” con presupuesto, donde todo es reconocible pero donde las cosas no vibran como debieran.
Esto no quiere decir que la cinta carezca de momentos brillantes. Benicio del Toro entrega una de sus mejores actuaciones en años. Su Zsa-Zsa Korda (mezcla del legendario productor Alexander Korda, el Charles Foster Kane de Orson Welles y los actores Zsa Zsa Gabor y Groucho Marx), es una figura tan grotesca como patética, cuya megalomanía se desmorona ante la mirada austera de su hija. Michael Cera, como el tutor noruego Bjorn, bordea la autoparodia pero con una ternura que lo redime. Sin embargo, es Mia Threapleton quien emerge como el corazón de la película. Su Liesl no necesita grandes gestos. Su mirada, su contención y una especie de cansancio existencial heredado (literal y simbólicamente) convierten su personaje en una suerte de hijo de Buster Keaton y Bill Murray quien aquí aparece como Dios). Cada encuadre en el que ella sale se ilumina con una gravitas silenciosa que nunca fuerza su peso emocional.
La relación padre-hija que articula la trama no es un accidente. Anderson, Del Toro y Coppola, todos padres de hijas, confesaron en Cannes que la cinta nace de una pulsión biográfica, un deseo de explorar la fragilidad y la tardía urgencia de la paternidad. En ese sentido, The Phoenician Scheme encuentra sus mejores momentos no en la trama rocambolesca ni en el desfile de cameos (muchos de ellos superficiales y poco inspirados, como los de Bryan Cranston o Willem Dafoe), sino en los silencios, en las pausas, en las escenas donde Anderson deja de construir decorados y nos invita a escuchar lo que sus personajes no dicen.
En cierto modo, la cinta funciona como un homenaje a esas raíces mitológicas del séptimo arte. Pero el problema es que la acumulación de referencias termina sofocando la emoción. Cuando todo es símbolo, nada respira. Aun así, sería injusto descartar la cinta por completo.
Anderson sigue siendo un artesano inigualable, y hasta sus desvíos tienen la elegancia de lo profundamente personal. La escena final (una suerte de epifanía secular entre padre e hija) demuestra que, incluso cuando se repite, Anderson es capaz de invocar la belleza con un simple encuadre. The Phoenician Scheme no es una obra mayor, ni tampoco una obra fallida. Es un desvío autoconsciente, un homenaje a sí mismo, un espejo retrovisor donde el director se observa con ternura pero también con cierta fatiga. Y para quienes han seguido su cine desde Rushmore, hay algo profundamente conmovedor en ese gesto, el cual es un recordatorio de que incluso los genios dudan. Y también miran hacia atrás.
Dejar una contestacion