
En este spin-off de la saga de John Wick, Ana de Armas baila, pero sin gracia ni impacto.
Director: Len Wiseman
Ana de Armas, Gabriel Byrne, Keanu Reeves, Anjelica Huston, Catalina Sandino Moreno

La saga de John Wick redefinió el cine de acción en la segunda década del siglo XXI. Desde la primera entrega, con su brutal estética estilizada, pasando por secuelas que expandieron una mitología de asesinos con códigos de honor, hasta llegar a John Wick 4, una obra maestra violenta y virtuosa que marcó un antes y un después para el género. Aquella cuarta entrega fue un parteaguas no solo en el desarrollo del personaje, sino en la concepción de la acción como arte coreográfico. El director Chad Stahelski (ex doble de riesgo convertido en maestro de las balas y las caídas) llevó la franquicia a su clímax, una suerte de samurai noir ultramoderno.

Pero todo lo que asciende con maestría también puede derrumbarse con torpeza. El declive comenzó con The Continental, un tedioso spin-off televisivo que pretendía explicar los orígenes del hotel para asesinos. Ni la presencia errática de Mel Gibson pudo rescatar la serie de su letargo narrativo. Sin alma, sin novedad, sin tensión. Ahora llega Ballerina, otro intento de estirar la franquicia, esta vez con Ana de Armas como Eve Macarro, una asesina entrenada tanto en la danza clásica como en el asesinato.
La idea de un personaje femenino que combine la elegancia del ballet con la contundencia letal del combate de por sí ya es algo cansado (Red Sparrow con Jennifer Lawrence y Black Widow con Scarlett Johansson ya habían explorado esto antes). De Armas ya había brillado como Paloma en No Time To Die, robándose la película con apenas unos minutos en pantalla. Pero aquí, el error fue darle las riendas al director Len Wiseman, célebre por arrastrar a la audiencia por interminables enfrentamientos en la horrenda e inexplicable saga de Underworld. Lo que hizo con vampiros y licántropos (coreografías sin imaginación, guiones imbéciles, diálogos cretinos e innecesarios, personajes sin fuerza y oscuridad sin estilo) lo repite aquí con un culto liderado por un inexpresivo Gabriel Byrne y una historia que reemplaza el dolor emocional de John Wick (vengar a su perro, símbolo del duelo por su esposa) por la trillada venganza por la muerte del padre.
El conflicto central (Eve busca destruir a quienes asesinaron a su padre, miembros de un culto dirigido por el “Canciller”) no tiene peso emocional ni desarrollo narrativo real. Es un pretexto para escenas de combate que, aunque competentes, carecen de esa brutalidad hipnótica que Chad Stahelski supo imprimir a cada disparo, cada caída y cada herida. Aquí todo se siente plástico, prefabricado, sin verdadero pulso. El uso del ballet como metáfora de disciplina y fuerza se queda en lo decorativo. No hay profundidad simbólica, ni se explora la tensión entre la belleza de la danza y la crudeza de la muerte.
Wiseman desperdicia no solo la fuerza de su protagonista, sino también la oportunidad de ofrecer una visión femenina distinta dentro de un universo dominado por códigos masculinos. Ni los breves regresos de Keanu Reeves como John Wick ni la presencia de Anjelica Huston, ni los torpes homenajes a Aliens y Kill Bill logran inyectar vitalidad a una cinta que se arrastra sin rumbo.
Con Ballerina, la franquicia de John Wick se ha convertido en el equivalente cinematográfico de un chicle masticado por días: Al principio húmedo y excitante, luego insípido, y finalmente con un sabor sintético que deja un mal regusto. El anuncio de nuevos spin-offs y secuelas por parte de Lionsgate solo agrava la sensación de que se explota un universo que debió cerrarse con elegancia. Como ocurre con la saga de Star Wars, la sobreexplotación erosiona no solo la calidad, sino también la memoria emocional del público.
Si Ballerina hubiese seguido la línea de la sofisticada La Femme Nikita de Luc Besson, de la enérgica Colombiana de Olivier Megaton (alumno de Besson) o de la potentísima Atomic Blonde de David Leitch (las tres con protagonistas fuertes, elegantes, y guiones que entendían el equilibrio entre tensión emocional y despliegue físico), tal vez el resultado habría sido distinto. Pero ni Wiseman es Besson (tampoco llega a ser Megaton), ni tiene el sentido del ritmo visual de Leitch (que, por cierto, colaboró en John Wick 2).
Quien quiera ver verdadero cine de acción con una mujer letal al centro, mejor que busque La villana, una extraordinaria cinta surcoreana de Jung Byung-gil con Kim Ok-bin. Esa sí que es una coreografía emocional y visual que corta como cuchillo. Ballerina, en cambio, se queda en el ensayo fallido de lo que pudo ser una revitalización del universo Wick y termina siendo el inicio de un amargo descenso hacia la mediocridad.
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