
Un documental sobre rock, la contracultura y un amor incondicional en los tiempos que no han terminado.
Director: Kevin Macdonald

Si algún mérito tiene la tecnología es el de hacernos sentir modernos mientras repetimos los mismos errores. One to One: John & Yoko, el nuevo documental de Kevin Macdonald, no se plantea como un viaje nostálgico al pasado, sino como un espejo crudo del presente. Desde la violencia policial hasta la misoginia sistemática, desde la persecución ideológica hasta la deshumanización de los cuerpos vulnerables, lo que el filme retrata con precisión quirúrgica no es un instante congelado en el tiempo, sino una herida abierta. Y acaso por eso, más que nunca, necesitamos volver a escuchar a John Lennon. No al Beatle, sino al hombre que creyó que el arte podía ser acción directa, y que la paz era un acto de desobediencia civil.

Con un estilo que rehúye la cronología convencional, Macdonald opta por una estructura de zapping televisivo y llamadas con teléfono de disco que recuerda cómo Lennon y Ono (recién llegados a Nueva York en 1971) pasaban horas frente al televisor viendo el caos del mundo y discutiendo cómo intervenir. El montaje reproduce esa sensación de sobresaturación mediática: anuncios sexistas, fragmentos de programas, imágenes de la guerra de Vietnam, protestas callejeras, debates sobre feminismo y contracultura. Esa estructura fragmentaria no es solo un recurso estético, es una declaración política. El documental piensa como pensaban ellos, reacciona como reaccionaban ellos, a mil estímulos por minuto, con urgencia y con rabia.
En el corazón de todo está el concierto One to One, organizado por Lennon y Ono para recaudar fondos a favor de los niños de Willowbrook, una institución psiquiátrica denunciada por su brutalidad gracias a un reportaje televisivo de Geraldo Rivera. Lo que podría haber sido un simple espectáculo benéfico terminó siendo el último recital completo de Lennon como solista. Una despedida involuntaria, íntima y devastadora. Allí están Come Together, Instant Karma, Hound Dog, Give Peace a Chance y, por supuesto, Imagine, todas interpretadas con una intensidad que atraviesa la pantalla. Pero lo esencial no es solo la música, sino lo que representa: una forma de protesta emocional y de cuidar.
El activismo político de Lennon, tan caricaturizado por décadas de simplificaciones mediáticas, encuentra aquí una complejidad que lo humaniza. Fue un artista radical que quiso aprender del movimiento contracultural, se rodeó de Allen Ginsberg, poeta beat y referente espiritual de toda una generación, y de Jerry Rubin, cofundador de los Yippies y uno de los Siete de Chicago, acusado de conspiración durante las protestas contra la guerra de Vietnam. Rubin fue figura incendiaria, contradictoria, teatral; y Lennon, por momentos ingenuo, se dejó envolver por ese fervor. Pero como demuestra el documental, el músico también supo retirarse cuando comprendió que no toda rebeldía conduce a la justicia. «No tengo intención de que me disparen», le responde a Jim Keltner cuando el baterista duda de participar en conciertos politizados. Y sí: esa frase, escuchada ahora, duele.
Pero la figura que más deslumbra en esta película no es Lennon, sino Yoko Ono. Por fin, un documental que no la reduce a un pie de página en la historia del rock ni a la manida (y falsa) narrativa de la “culpable de la ruptura de los Beatles”. Aquí, como también lo mostró Get Back, el mega documental de Peter Jackson, Yoko está donde siempre estuvo: al lado, creando, debatiendo, transformando el arte en gesto político. Ya no cabe el odio racista, sexista y xenófobo que la convirtió en blanco de burlas y de un odio tan estúpido como despreciable. Es tiempo de asumir que la historia la juzgó mal y que, como bien dijo Sean Lennon tras ver el filme, esta es la primera vez que el cine logra mostrar quién fue realmente su madre.
La tragedia personal también atraviesa el relato. La búsqueda de Kyoko, hija de Yoko secuestrada por su exesposo, no es un dato al margen, sino un eje emocional que explica el exilio, la paranoia, la tristeza y la fragilidad. John y Yoko llegaron a Estados Unidos buscando justicia, familia y una posibilidad de empezar de nuevo. Pero en lugar de abrazos, encontraron teléfonos intervenidos, amenazas de deportación y una opinión pública más preocupada por su aspecto que por su mensaje. La maternidad (perdida, deseada y recuperada) es uno de los temas más potentes del documental. Basta escuchar la desgarradora Looking Over From My Hotel Window de Yoko, puesta en paralelo con Mother de John, para entender que el dolor más grande no fue la separación de los Beatles, sino la imposibilidad de criar a una hija entre el amor y la persecución.
Como sucede con los grandes documentales sobre Lennon (el introspectivo Imagine, el político The U.S. vs. John Lennon), One to One no pretende decirlo todo, pero sí abrir nuevas puertas. No llega a ser el equivalente de Marley, el documental definitivo sobre el rey del Reggae dirigido por Macdonald, pero sí una cinta imprescindible para quienes quieran entender por qué el rock fue, por un momento fugaz, más que música. También es un retrato lírico y agudo del Nueva York de los años 70: caótico, incendiario y despierto; una ciudad en ebullición donde dos artistas trataron de reinventarse, entre las ruinas de la utopía y los escombros de la fama.
En su negativa a incluir entrevistas actuales, en su decisión de limitarse a archivos, grabaciones privadas y televisión de la época, Macdonald no solo propone un estilo sino que nos impone una experiencia. No mira a Lennon y a Ono con la distancia de la historia, sino con la cercanía de quien convive con ellos en un departamento de Greenwich Village, entre guitarras, cobijas, libros, arte y moscas.
Sí, el documental habla de Lennon. Pero también habla de nosotros. De lo que fuimos. De lo que podríamos ser. Y de la necesidad urgente de volver a empezar. Como él mismo dijo: “OK, el poder de las flores no funcionó. ¿Y qué? Empecemos de nuevo.” Tal vez, ahora sí, sea el momento.
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