Como es costumbre, Isabelle Huppert vuelve a entregarnos una actuación impecable, esta vez encarnando a una líder sindicalista en problemas.
Director: Jean-Paul Salomé
Isabelle Huppert, Grégory Gadebois, François-Xavier Demaison
De una manera fría y casi clínica, el director Jean-Paul Salomé (Je fais le mort, La daronne) nos entrega la adaptación cinematográfica de La sindicalista, el libro de no ficción escrito por la periodista del Le Nouvel Observateur Caroline Michel-Aguirre. Su puesta en escena es lineal y modesta y su fotografía no pretende asombrar. En Blanco fácil (título en español que se aparta del original francés para atraer a los amantes de los thrillers), todo recae en un potente guion de Fadete Drouard y el mismo Salomé y en la impecable actuación de Isabelle Huppert, una actriz que ya está por encima del bien y del mal.
La historia tanto del libro como de la película está basada en el caso real ocurrido a Maureen Kearney, una profesora de literatura inglesa y líder sindical, defensora de los trabajadores del Grupo Areva, un conglomerado multinacional francés muy importante en el sector de la energía nuclear, fundado en 2001. Como se plantea al inicio de la cinta, once años más tarde, Kearney fue encontrada por su empleada del servicio en el sótano de su hogar, amarrada en una silla con una marca en su vientre y con el cuchillo con el que le hicieron la herida, introducido en su vagina (la descripción de los hechos volverá a retomarse en la mitad del segundo acto).
Salomé y Drouard nos retrotraen para mostrarnos cómo Kearney se rehúsa a seguirle el juego a un grupo de políticos corruptos, revelando un trato secreto entre la empresa estatal Electricité de France y un conglomerado chino, el cual afectaría a miles de trabajadores franceses. Su revelación tuvo un precio a pagar. No solo Kearney fue amenazada de muerte de una manera reiterada y luego violada en su hogar, sino que su caso fue tratado brutalmente por la policía y la corte judicial. La sindicalista terminaría siendo acusada de fabricar los hechos y terminaría siendo juzgada por el Ministerio de Justicia que negó su estatus de víctima, haciéndola renunciar a sus acusaciones de secuestro, agresión y violación.
Se entiende perfectamente la elección de Huppert para este papel. En Blanco fácil no vamos a ver a esta mujer sucumbiendo a la injusticia y a la corrupción orquestada por sus contrapartes masculinas. Esta es la historia de una mujer fuerte e inquebrantable, convencida del sentido de justicia que hace parte de su labor, lo que para muchos se lee como el caso de una mujer “histérica” que perdió la razón y se hizo pasar como víctima para lograr sus objetivos. Tanto la cinta como la interpretación de Huppert (a quien hace unos años vimos como una particular víctima de violación en la polémica Elle de Paul Verhoeven) nos sugiere, de una manera inteligente, cierta ambigüedad en cuanto a lo sucedido, para que dudemos de la cordura y la ética de Kearney. “Ella no se comporta como debería hacerlo una víctima de violación”, sugiere uno de los personajes.
Blanco fácil es un thriller político canónico en el que una sola persona se enfrenta a un sistema corrupto, teniendo todo para perder. En este caso, la persona en cuestión es una mujer fuerte y que no teme decir las cosas que, desde la mirada masculina, solo puede ser callada por medio de la violencia. Primero en el discurso y luego en su cuerpo, como si se tratara de una tesis de Michel Foucault sobre el uso sistemático del poder.
Algunos verán la frialdad de la puesta en escena como un defecto en la cinta de Salomé, pero lo cierto es que su austeridad y la falta de expresión de emociones, es precisamente lo que le permite al espectador distanciarse, reflexionar y finalmente entender qué es lo que está tremendamente mal en nuestra sociedad en cuanto a su capitalismo despiadado y a la perspectiva de género que subordina, oprime y castiga a una mujer que se enfrenta a los hombres en nombre de la justicia.
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