La tercera parte de la trilogía basada en la serie ochentera de televisión, se aleja de John Wick y se acerca a El transportador.
Director: Antoine Fuqua
Denzel Washington, Dakota Fanning, Eugenio Mastrandrea
The Equalizer (conocida en español como El justiciero), fue una serie de televisión que se emitió de 1985 a 1989 y que seguía a Robert McCall (interpretado por el fallecido Edward Woodward), un ex agente gubernamental con un pasado oscuro y siniestro, que utilizaba sus habilidades para ayudar a personas en problemas.
La película de 2014, basada en la serie, fue dirigida por Antoine Fuqua y protagonizada por Denzel Washington como McCall, quien ayuda a una joven prostituta a escapar de una red de trata de personas, lo que lleva a un cruel enfrentamiento con una organización criminal. La colaboración entre Fuqua y Washington ya había probado ser dinamita gracias a la estupenda Día de entrenamiento (2001) y su versión de El justiciero no se quedó atrás, gracias a unas magníficas secuencias de acción que rivalizaban con ese otro gran vengador del cine conocido como John Wick.
Para la secuela de 2018, el actor y el director volvieron a trabajar juntos y el resultado fue el mismo. En esa ocasión, McCall trabaja como conductor de Lyft, hasta que la búsqueda de venganza vuelve a aflorar después de que una persona cercana es asesinada. La película extendió el éxito de la primera y amplió el mundo del personaje, mientras que los amantes del cine de acción reconocimos que estábamos ante una joya cinematográfica del género de acción. Por tal razón, estábamos ávidos de una nueva entrega que completara la trilogía, mientras disfrutábamos de la nueva serie de 2021 protagonizada por Queen Latifah como Robyn McCall, la versión femenina del justiciero, un personaje que originalmente era blanco y británico.
La tercera y, tal vez, última parte de las versiones cinematográficas de El justiciero vuelve a reunir a Fuqua con su actor fetiche, pero el resultado no es tan efectivo como en las dos entregas anteriores. Washington, quien en años recientes nos demostró por qué él es uno de los mejores intérpretes de la actualidad, gracias a la estupenda Fences (2016) (protagonizada y dirigida por él) y a la magistral La tragedia de Macbeth (2021), dos magníficas adaptaciones teatrales llevadas al cine, ahora se siente cansado y sin energía.
El guion escrito por Richard Wenk (autor de las dos cintas anteriores), hace énfasis en un personaje que, como todo vengador, hace cosas malas por buenas razones e inflige castigo sólo a aquellos que lo merecen. Sin embargo, en las anteriores entregas, McCall tenía una relación conflictiva con la violencia, pero en esta cinta no. Esto hace que la violencia deje de ser catártica y adquiera un sabor amargo.
El factor distintivo en la última pieza El justiciero, la cual se acerca peligrosamente a basuras cinematográficas como El transportador (con ese descarado product placement de automóviles de lujo “made in USA” conducidos por italianos), es una violencia sucia y desmedida, pobremente coreografiada (algo que no sucedía en las dos entregas anteriores) y que llega a convertirse en propaganda pseudo fascista al peor estilo de los peligrosos mensajes del cantante de Country Jason Aldean.
Fuqua (un director que ha probado ser muy irregular) y el fotógrafo Robert Richardson (colaborador constante de Tarantino), se esfuerzan al máximo para brindarle elegancia a la sangre sin sentido, a las actuaciones acartonadas y a los diálogos imbéciles, y la verdad es que, de alguna manera, lo logran.
En esta ocasión, McCall llega gravemente herido a una pintoresca ciudad costera junto a la costa siciliana después de un trabajo que sale mal, para luego recuperarse y encargarse de purgar la zona de los criminales organizados que están obligando a todos a irse para dar paso a unos promotores inmobiliarios, en una trama que se ha repetido hasta la saciedad, tanto en el cine como en la televisión (la serie Los magníficos prácticamente se basó en esa misma premisa por 98 capítulos).
McCall, quien ya busca retirarse, encuentra encantador el lugar donde se hospeda (una mezcla entre el pueblo de Cinema Paraíso y el lugar donde Michael Corleone vio morir a su esposa en El padrino) y cree que vale la pena defenderlo, así como a sus residentes sencillos, trabajadores y de buen corazón. Esta es una visión estereotipada, retrógrada y al borde de lo ofensivo de la vida en el campo italiano, con vendedores de sombreros insistentes, amigables vendedores de pescado, sacerdotes pendientes de sus feligreses, meseras amables y bellas, un médico que conoce a todos sus pacientes y que ha dado a luz a casi todo el pueblo y constantes desfiles religiosos. Ante semejante paisaje solo falta la canción Volare (la cual, de hecho, está incluida en el tráiler).
McCall ofrece y recibe ayuda de una agente de la CIA (Dakota Fanning, quien fue la contraparte infantil de Washington en la inolvidable Hombre en llamas de 2004), que le pregunta cómo la eligió como operativa mientras y se viste y actúa como un remedo de Jessica Chastain en La noche más oscura. En cuanto a los malvados que ponen en vilo al pueblo, estamos hablando de mafiosos italianos más estereotipados aún, con conexiones con grupos terroristas del Oriente Medio y que trafican con una anfetamina «yihad». Esto convierte a esta cinta en una especie de fantasía de ultraderecha que hará las delicias de los fanáticos de Sonido de libertad.
De todas maneras, el alma de esta tercera parte es Washington como McCall, con sus valores cuestionables, su obsesión patológica por el orden y la limpieza, su actitud de inmensa cortesía, y sus castigos desmedidos a unos jóvenes irrespetuosos que se burlan, miran con desdén, insultan e infravaloran al anciano (algo que nos recuerda mucho a la serie Kung Fu). Basta con la mirada de Washington ante un mafioso, para que nos olvidemos de lo trillada que es esta entrega. Es una pena que El justiciero tenga un fin tan insatisfactorio. Menos mal este año tuvimos a John Wick.
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