
Abel Tesfaye, alias The Weeknd, debuta como protagonista absoluto de su propia tragedia musical en una cinta que se parece más a una sesión terapéutica con Ayahuasca.
Director: Trey Edward Shults
The Weeknd, Jenna Ortega, Riley Keough, Barry Keoghan

Si alguna vez te preguntaste qué pasaría si The Weeknd decidiera hacer su propia versión de Mulholland Drive, con la solemnidad de un funeral y el guion de un fanfiction en plena crisis existencial, Hurry Up Tomorrow es tu respuesta (spoiler: no era necesario hacerla).
La carrera de Abel Tesfaye ha sido un espectáculo de luces, sombras, excesos y mucha influencia de Michael Jackson. Desde los vídeos perturbadores de After Hours hasta las atmósferas retrofuturistas de Dawn FM, su universo visual ha sido siempre más fascinante que cualquier entrevista que haya concedido. ¿Su música? Un catálogo de lujuria, culpa y sintetizadores ochenteros que ha sonado tanto en clubes como en confesiones emocionales hechas para Tik Tok. Sin duda, Tesfaye supo construir un mito alrededor suyo. Lo que no queda claro es si sabe cómo contarlo.

Luego de su cameo en Uncut Gems, donde interpretó una versión más drogada de sí mismo (si eso es posible), y su paso por The Idol, esa serie tan vapuleada que hizo que la carrera de Sam Levinson parezca una instalación bipolar de arte conceptual, Hurry Up Tomorrow se presenta como el cierre definitivo del ciclo The Weeknd. Y no por voluntad artística, sino porque es difícil imaginar que alguien le vuelva a dar tanta libertad creativa después de esto.
La película parece haber sido concebida durante una noche de insomnio viendo en bucle Lost Highway, Twin Peaks: Fire Walk With Me, The Shining y el video de Thriller, todo aderezado con microdosis de Jung y rodeado de velas aromáticas. El resultado es un delirio narcisista que aspira a ser Vox Lux o Smile 2, pero que termina más cerca de Moonwalker solo que sin los efectos especiales, ni los pasos de baile, ni el carisma de Jackson.
La trama (por llamarla de alguna forma) comienza con una ruptura fuera de cámara. Riley Keough (la nieta de Elvis Presley) le deja un correo de voz demoledor a Abel. ¿El motivo? Algo imperdonable, aunque nunca sabremos qué. Desde ahí, lo seguimos en una gira agotadora, donde pierde la voz, el sentido de la realidad y hasta el hilo narrativo.
En medio de este espiral emocional aparece Jenna Ortega, una fan enloquecida en modo Misery, que reemplaza el mazo de Kathy Bates con un bidón de gasolina. Su mirada de Merlina basta para convertir a Tesfaye en un rehén tanto físico como emocional. La escena en que lo confronta con sus propias letras parece escrita por un club de fans que ha leído mucho a Stephen King y a Bret Easton Ellis. Una mezcla entre devoción, crítica musical amenaza latente.
Barry Keoghan, mientras tanto, interpreta al mánager Lee, una figura tan amorfa como ubicua: Es el protector, el manipulador, el mejor amigo, el jíbaro, el demonio en el hombro y el gurú de autoayuda todo al mismo tiempo. Si alguna vez viste un biopic musical, él es todos los mánagers en uno solo. El de Bohemian Rhapsody, el de Rocketman, el de Elvis, el de Straight Outta Compton, el de Selena… Keoghan, por cierto, es el único que parece entender que esto no es Hamlet y se divierte como puede entre tanto plano cerrado del rostro sudoroso de Abel.
Y hablando de eso: La cámara de Shults tiene una obsesión poco saludable con el rostro de Tesfaye. Lo sigue como si temiera que en cualquier momento escape del encuadre o confiese algo que no estaba en el guion. El director, talentoso en otros contextos (Krisha, It Comes At Night), aquí se deja llevar por un frenesí A24-ista: Cambios de formato, cámara giratoria, luces rojas, humo… el kit completo del “cine de autor sensible pero perturbador” que le da a MUBI un mal nombre.
La gran ausente, paradójicamente, es la música. The Weeknd decide prescindir de sus hits (¡error fatal!) y cuando finalmente suena uno, nos recuerda todo lo que podría haber sido. Esa escena en que Ortega le lanza las letras en la cara como si fueran dardos tiene más emoción que el resto del metraje. ¿Quién decidió que una película sobre un cantante famoso debía tener tan poca música? ¿Una película de The Weeknd sin Can’t Feel My Face o I Feel It Coming es como una de Elvis sin el movimiento de caderas. Daft Punk (que, curiosamente, colaboró con The Weeknd en I Feel It Coming) trató de hacer algo similar con su proyecto Electroma y fue tan ignorado que todos creen que la animada Interstella 5555 fue su única película (¿un anime de The Weeknd? ¡Qué idea tan interesante!)
La cinta pudo haber funcionado como un mediometraje musical, tipo Jazzin’ For Blue Jean (donde David Bowie fue al mismo tiempo el artista pretencioso y el espectador patético) o incluso como esos largos videos de The Weeknd que acompañan sus discos (¿Dónde están Jim Carrey y Ariana Grande cuando se les necesita?). Pero estirarla a 106 minutos es como hacer un remix de 12 minutos de una canción que no era buena desde el inicio. Abel debió haber visto antes Can’t Stop The Music con Village People, Hard To Hold con Rick Springfield, Under The Cherry Moon y Graffiti Bridge con Prince, Tougher Than Leather con RUN-D.M.C., Cool As Ice con Vanilla Ice, Glitter con Mariah Carey, Crossroads con Britney Spears y Spice World con las Spice Girls para saber en lo que se metía.
El gran problema de Hurry Up Tomorrow es que cree estar diciendo algo profundo sobre la fama, el dolor y la redención, pero todo lo que ofrece son lugares comunes del drama musical. En lugar de acercarse a propuestas experimentales realmente interesantes como Head, I’m Not There, 8 Mile o Better Man, donde las figuras musicales sirven para reflexionar sobre la construcción del yo y el peso del escenario, la cinta cae en la categoría de vanity project.
Hurry Up Tomorrow no es la confesión artística que Tesfaye cree que ha hecho. Es más bien el equivalente audiovisual de una serie de ideas sueltas que nunca llegan a cuajar. Un mea culpa de lujo con pretensiones surrealistas y escasa (¿o demasiada?) autoconsciencia. ¿Qué hubiera hecho un director como Nicholas Roeg con un proyecto como este? Probablemente lo hubiera rechazado. Pero si el fallecido director lo hubiera aceptado, tal vez hubiera hecho algo mucho mejor que esta cinta de terror psicológico clase “C” con pretensiones artísticas (y de Lynch, un director que solía usar en sus películas a músicos de rock, no hablemos).
¿Lo perdonarán sus fans? Probablemente. ¿Lo volveremos a ver actuando? Solo si alguien tiene el valor de reciclar todo este sin sentido y producir una recuela de Misery 2 con Jenna Ortega como protagonista. Y sinceramente, eso sí lo veríamos encantados.
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