Giorgio Moroder Presents Fritz Lang’s Metropolis (1984)

Un clásico futurista renace como videoclip ochentero: Una herejía para unos, un puente pop para otros.

Director: Fritz Lang

Brigitte Helm, Gustav Fröhlich, Alfred Abel, Rudolf Klein-Rogge

La Metropolis de Giorgio Moroder no pretende ser una restauración purista, sino un acto de apropiación estética. Como si un alquimista ochentero hubiese encontrado el celuloide dormido de Fritz Lang y, en lugar de soplarle polvo de archivo, lo hubiera bañado en neón y lo hubiera dejado vibrar al ritmo de sintetizadores, baladas glam y guitarras eléctricas. El resultado no es tanto una película restaurada como una reinterpretación osada y, a ratos, profundamente emocionante.

Moroder, figura clave del synthpop y responsable de himnos como Flashdance… What a Feeling, no oculta sus intenciones. Esta es su versión de Metropolis como si estuviera pensada para la generación de MTV: una película muda que ahora canta, que se tiñe, que palpita con voz propia. Y sin embargo, lejos de profanar la obra original, la rodea de un nuevo aura que pone en primer plano lo que siempre estuvo allí: su carácter operático, su teatralidad desbordada y su potencial para volverse fábula pop.

La película se beneficia de la restauración parcial que Moroder emprendió, rescatando secuencias perdidas hasta entonces (antes del hallazgo definitivo en Buenos Aires en 2008). Aunque no fue una reconstrucción completa, sí fue uno de los primeros intentos serios por devolverle coherencia narrativa a un film mutilado durante décadas. A esto le sumó intertítulos renovados, tintes de color para acentuar la emoción de las escenas y una banda sonora que incluye temas de Pat Benatar, Bonnie Tyler, Freddie Mercury y Adam Ant. El efecto puede resultar discordante para quien espera reverencia, pero estimulante para quien acepta la propuesta en sus propios términos.

La elección musical de Moroder no es aleatoria. Cada canción amplifica un estado emocional ya presente en el filme: el erotismo eléctrico de la falsa María en la voz de Bonnie Tyler en Here She Comes y la angustia mesiánica de Freder en los lamentos vocales de Mercury en Love Kills. Esta banda sonora no acompaña al filme, lo confronta. En lugar de actuar como fondo sonoro, toma el control de la escena, dialoga con ella, a veces la satiriza, otras la eleva. Como experimento audiovisual, tiene más parentesco con el videoclip que con la restauración histórica, y en eso reside tanto su audacia como su pecado capital ante los puristas.

Varios críticos encontraron la propuesta extravagante o incluso ofensiva, y no sin razón. Metropolis no es cualquier film: es una catedral del cine silente, una sinfonía arquitectónica de sombras, geometrías humanas y expresionismo ideológico. Convertir ese monumento en una pista de baile ochentera puede parecer una blasfemia. Pero también es un acto de amor excéntrico, que entiende que el cine mudo no está muerto si puede seguir mutando. Moroder, como Lang, sabe que la imagen se reescribe a través del sonido. No es casual que el corazón de su versión esté en el conflicto entre forma y emoción, máquina y música.

En cierto sentido, Moroder no traiciona a Lang, sino que lo homenajea con los códigos de su época. En 1927, Metropolis fue una superproducción de vanguardia; en 1984, renace como un culto de medianoche para una generación que ya no teme mezclar lo “clásico” con lo “comercial”. No es una actualización, sino una reencarnación en otro cuerpo, otra sensibilidad. El filme sigue hablando de la división entre clases, del poder corruptor de la tecnología, del deseo disfrazado de revolución. Solo que ahora lo hace con guitarras eléctricas, sintetizadores brillantes y un filtro de ciencia ficción decadente.

¿Es una obra menor frente al original? Indudablemente. ¿Es un experimento digno de olvido? De ninguna manera. La Metropolis de Moroder es un documento fascinante del cruce entre dos épocas, dos formas de entender la imagen, dos sensibilidades que colisionan con estruendo. Más que una restauración, es una intervención artística. Y aunque suene a herejía, hay algo profundamente langiano en esa osadía. Al fin y al cabo, Metropolis siempre fue una película que desafió los límites de su tiempo. En 1984, lo volvió a hacer, esta vez al ritmo de una guitarra eléctrica y una lágrima de neón.

Sobre André Didyme-Dôme 1953 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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