Luca Guadagnino nos retrotrae al delirante cine de los años sesenta, al asumir el remake de un clásico del terror italiano de los años setenta.
Dakota Johnson, Tilda Swinton, Chlöe Grace Moretz, Mia Goth
Dirección: Luca Guadagnino
En 1977, el director italiano Dario Argento, nos entregó un estupendo ejercicio formal que a la vez contaba una macabra historia de terror, plena de suspenso y ultraviolencia, acerca de una academia de ballet dirigida por brujas.
Protagonizada por Jessica Harper, esta cinta de corta duración nos ofrecía un cóctel de colores, erotismo, muchos cuerpos mutilados, giros forzados y la música hipnótica de Goblin. La nueva versión, asumida por Luca Guadagnino (director que hace poco nos entregó una obra maestra del cine queer ambientada en los ochenta y llamada Llámame por tu nombre), reconfecciona la propuesta de Argento, entregando una película de dos horas y media de duración, densa, satánica, con poca ultraviolencia, subtexto feminista, giros forzados, la música hipnótica de Thom Yorke y muchos, muchos, muchos, símbolos.
¿La película de Guadagnino supera la obra de Argento? Sí y no. Aunque la Suspiria del maestro del Giallo (término con el que se identifica el cine de terror italiano) es electrizante y sofisticada, es un trabajo ligero (como toda la obra del director). La cinta de Guadagnino es densa, pesada y recurre muy poco al susto fácil, pero es un trabajo que logra perturbar de una manera profunda, permanente y efectiva.
Más que un remake de la cinta de Argento, lo que hace Guadagnino es más bien canalizar y condensar el cine de John Boorman, Nicolas Roeg, Michelangelo Antonioni, Ken Russell, Roman Polanski y Brian De Palma en un ejercicio que, aunque supuestamente se ambienta en la Alemania de finales de los años setenta, más bien parece una película realizada a finales de la década del sesenta, con todo y exceso de zoom, cortes abruptos, alta granulación, androginia, actuaciones excéntricas, desnudos frontales, diálogos en alemán y un vestuario que parece extraído del swinging London de Mary Quant, Twiggy, Veruschka, Peggy Moffitt, Penelope Tree y Jean Shrimpton.
Ambas versiones de Suspiria giran en torno a Susie, una chica norteamericana con un pasado represivo, que llega a la academia para ser formada como bailarina. En la versión de 1977, ella fue interpretada muy bien por Jessica Harper. En la nueva versión, Susie es encarnada por Dakota Johnson, quien aquí muestra una fascinante combinación de inocencia y maldad, la cual debió haber utilizado en las películas de Cincuenta sombras de Grey.
Al mejor estilo de un Alec Guiness o un Peter Sellers, la actriz Tilda Swinton interpreta tres papeles: ella es el Doctor Josef Klemperer, un anciano psicoanalista que no puede evitar sentirse culpable por perder a su esposa a manos de los Nazis (Jessica Harper en una aparición especial). Swinton también interpreta a Madame Blanc, la exigente maestra de la escuela de baile que busca arrebatarle el liderazgo a la Madre Markos, la grotesca líder del grupo de brujas que busca esclavizar a sus alumnas. Markos es también interpretada por Swinton.
La Suspiria de Guadagnino contiene varias escenas desquiciadas y repelentes, como el baile mortal de la estudiante Olga (Elena Fokina), a quien vemos fracturar todos sus huesos en medio de un salón de espejos; un número de danza contemporánea en el que las alumnas bailan ataviadas con unos vestidos de hilos rojos que parecen sangre menstrual, y un aquelarre final en el que las alumnas bailan desnudas, mientras que la sangre, las vísceras y los miembros mutilados inundan el lugar. Pero lo más perturbador de la cinta lo constituyen el grupo de brujas/maestras conformado por las actrices Angela Winkler, Alek Wek, Jessica Batut, Sylvie Testud, Ingrid Caven, Clémentine Houdart, Brigitte Cuvelier y Renée Soutendijk, entre otras. Es posible que estas mujeres conformen a las brujas más aterradoras en la historia del cine. Sus miradas perversas, sus inquietantes presencias, sus eufóricas reuniones para beber y comer y sus juegos lujuriosos en los que someten a los hombres a su voluntad mientras juegan con sus genitales, logran infundir el miedo y oscurecer el alma del espectador.
La película termina con una serie de vueltas de tuerca de carácter ambiguo que llevan, casi que obligatoriamente, al debate y a la discusión después de haber terminado la película (aunque algunos probablemente huirán antes de la sala, indignados, repugnados y/o afectados). Y es que la nueva Suspiria es un trabajo radical, demencial, pretencioso y exquisitamente diabólico, no apto para todos los gustos. Los bailarines intoxicados con ácido de Clímax, son unos niños inocentes e inofensivos en comparación con las mujeres infernales que pueblan el universo oscuro y alucinante de Suspiria.