Director: Samuel Fuller
Peter Breck, Constance Towers, Gene Evans
A lo largo de su carrera, Samuel Fuller trabajó por fuera de los grandes estudios de Hollywood y sus películas eran trabajos clase «B» hechos presupuestos bajísimos. Gracias a esto, obtuvo una gran libertad para abordar temas polémicos y controvertidos, y para experimentar con los aspectos formales del séptimo arte.
Las trabajos de Fuller eran promocionadas como cintas de exploitation, pero casi siempre iban más allá de atraer a un público a partir del sexo y la violencia, aunque estos dos ingredientes siempre estaban presentes. Como claro ejemplo encontramos a Shock Corridor, la historia de un periodista llamado Johnny Barrett (Peter Breck), que se hace pasar por un enfermo mental para ser internado en un manicomio e investigar un asesinato que se llevó a cabo al interior de este.
Barrett se presenta ante los psiquiatras como un hombre con una obsesión malsana por su hermana, quien en realidad es su novia Cathy (Constance Towers), una bailarina exótica que lo ama, pero que se convierte en su cómplice a regañadientes. Barrett intentará obtener información de tres testigos, todos pacientes mentales: un hombre acusado de pertenecer al partido comunista y ahora obsesionado con la guerra civil norteamericana, un afroamericano que se cree un miembro fundador del Ku Klux Klan, y un científico que juega a las escondidas y que ahora se dedica a pintar a sus compañeros. También lo ayudará un paciente con sobrepeso obsesionado con la ópera y que se hace llamar Pagliacci.
El elegante trabajo de fotografía de Stanley Cortez (The Magnificent Ambersons, The Night Of The Hunter), ayuda a evidenciar la intención de Fuller: convertir ese manicomio en un microcosmos en donde están presentes los principales vicios de la sociedad norteamericana: paranoia, intolerancia, racismo, represión sexual y sadismo.
Pero los amantes del exploitation crudo y duro tampoco quedarán defraudados: Shock Corridor incluye un ataque de ninfómanas, un número musical con Cathy ligera de ropas, los delirios de los locos presentados en refulgente color, unos alaridos disonantes emitidos por Barrett y que ponen los nervios de punta, enfermeros malvados y, como era de esperarse en un manicomio, camisas de fuerza, drogas y terapias de electroshock.
Al finalizar Shock Corridor, el espectador no sabrá si lo que vio fue una película sobre locos, o más bien, una película dirigida por un autor demente pero genial.
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