Como un bufón de la Edad Media, Sacha Baron Cohen utiliza el humor escatológico y obsceno para evidenciar de una manera rampante, todo lo que está mal en el imperio norteamericano.
Director: Jason Woliner
Sacha Baron Cohen, Maria Bakalova, Anthony Hines
Borat la película subsecuente: Entrega de prodigioso soborno a régimen americano para hacer beneficios para nación que fue gloriosa, Kazajistán, es el título completo de la secuela de la exitosa y estupenda comedia protagonizada por Sacha Baron Cohen e inspirada en el periodista creado para el programa de HBO, Da Ali G Show, que llega catorce años después.
Al igual que las películas de Jackass, la primera entrega de Borat era un “documental” que mezclaba sketchs y bromas argumentales, utilizando a gente real que no era consciente de que todo era un elaborado montaje para que afloraran de manera espontánea sus pensamientos racistas, xenófobos, homofóbicos, antisemitas, machistas y misóginos, característicos de la “Norteamérica fea”, que el cine y la televisión intentan ocultar (salvo algunas películas independientes y series como South Park).
Sacha Baron Cohen, el comediante británico que idolatra a Peter Sellers, no es el tonto que aparenta ser. Estudió historia en la Universidad de Cambridge y su trabajo de grado fue sobre la participación judía en el movimiento de derechos civiles. Sus bufonadas son, en realidad, unos interesantes experimentos sociales en los que personajes como Borat (o Brüno), son catalizadores que resaltan los vicios y la ignorancia rampante de nuestras sociedades.
Acercándose más a la propuesta de Bad Grampa (el spin-off de Jackass en el que Johnny Knoxville se disfraza de anciano políticamente incorrecto, y quien acompañado de su supuesto nieto, hacen aflorar lo peor del ciudadano común), la secuela de Borat nos cuenta una historia en la que el ahora desacreditado periodista de Kazajistán, ha sido encomendado por el gobierno de su país con una absurda misión: llevar a un mono director de cine porno (¡!) como regalo a Mike Pence, el vicepresidente de los Estados Unidos.
El problema está en que Tutar Sagdiyev (una excelente Maria Bakalova), la hija de Borat, se cuela como polizonte en la caja del mono para acompañar a su padre en el viaje a Estados Unidos. El hambre hace de las suyas, y Tutar termina comiéndose al mono (literalmente) y a Borat no le queda más remedio que llevar a su hija como regalo, primero a Pence y luego al infame alcalde de Nueva York y simpatizante de Trump, Rudolph Giuliani.
La secuela de Borat sufre de la ausencia del director original Larry Charles, reemplazado aquí por Jason Woliner (The Last Man On Earth) y de Azamat (Ken Davitian), el compañero de correrías de Borat en la primera entrega. Asimismo, las dificultades causadas por el inmenso reconocimiento que ha obtenido el personaje (ya es casi imposible que Borat pase desapercibido), llevó a Cohen a recurrir a nuevos disfraces (justificados en el guion), para poder hacer de las suyas.
Pero en realidad, eso no importa. El personaje de Tatar lleva a la nueva película de Borat al terreno de lo femenino, haciendo evidente el enorme machismo que todavía abunda en los Estados Unidos de América. En un baile de debutantes Tatar hará un número “folclórico” con su padre haciendo evidente su menstruación, ante unos padres e hijas perplejos que tal vez nunca llegarán a comprender el verdadero significado de un baile de debutantes; Tatar invitará a un grupo de mujeres republicanas a descubrir sus vaginas, ya que al parecer no son conscientes de ellas; y un hombre anti-abortista tratará de defender su posición, haciendo caso omiso de una situación en la que una hija (Tatar) y su padre (Borat) le confiesan con total candidez, que quieren deshacerse de un embarazo producto del incesto.
Y eso es solo la punta del iceberg: Ver a un numeroso grupo de personas entonar entusiasmados una canción racista y fascista interpretada por Cohen disfrazado de cantante Country; escuchar a dos hombres que hospedan a Borat en su hogar, hablar de sus delirantes opiniones sobre el coronavirus y sobre el estado actual de los Estados Unidos; y ser testigo de cómo Giuliani se encama con la chica adolescente que se hace pasar por periodista practicante, no solo hará reír a los espectadores a carcajadas, sino que los dejará estupefactos cuando después de las risas se den cuenta de que estamos en un mundo enfermo, y que tal vez la COVID-19 es el menor de nuestros males.
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