Unos excelentes actores protagonizan una bella película basada en hechos reales, que nos hace enamorar de la tierra y la arqueología.
Director: Simon Stone
Ralph Fiennes, Carey Mulligan, Lily James
Curiosamente, lo mejor del cine británico lo encontramos en el trabajo del director estadounidense James Ivory. Sus películas de bajo presupuesto, realizadas de la mano del productor indio Ismael Merchant y de la escritora Ruth Prawer Jhabyala, realizadas desde los años sesenta hasta mediados de la década del 2000 (The Bostonians, Room With A View, Howard’s End, The Remains Of The Day) fueron elogiadas por su delicadeza, elegancia, humanidad, sensibilidad, belleza, inteligencia y elocuencia a la hora de adaptar las novelas de autores de la talla de Henry James o E.M. Forster.
El australiano Simon Stone, director de The Daughter (una hermosa adaptación de El pato silvestre de Henrik Ibsen protagonizado por Sam Neill y Geoffrey Rush) y de la magnífica puesta en escena de Yerma de Federico García Lorca para el National Theatre, protagonizada por Billie Piper, nos trae ahora la adaptación de la novela The Dig, escrita por John Preston y publicada en el 2007, la cual está basada en hechos reales.
Como si se tratase de un digno heredero de la tradición Ivory-Merchant-Jhabvala, Stone nos cuenta la historia ocurrida en 1939, año en el que soplaban vientos de guerra en Inglaterra. Edith Perry (Carey Mulligan) es una viuda que sufre de problemas cardíacos y que vive en una mansión junto con su pequeño hijo Robert (Archie Barnes). Ella sospecha que en su terreno pueden encontrarse algunos hallazgos arqueológicos interesantes, y por ello pide la ayuda de Basil Brown (Ralph Fiennes), un hombre que no es un arqueólogo profesional, pero sí un experto excavador y alguien que posee un amplio conocimiento sobre el pasado de la humanidad, así como una personalidad retraída, tosca y unas manos y ropaje siempre llenas de la tierra que tanto ama.
Luego de establecer un acuerdo económico favorable para los dos, Edith le confiesa a Basil que ella cree que en su propiedad pueden estar sepultados algunos restos de la cultura vikinga, mientras que el excavador cree que los hallazgos pueden ser más antiguos aún. Lo cierto es que esta colaboración termina en lo que en arqueología se conoce como el Tesoro de Sutton Hoo, el hallazgo de los restos de un barco funerario del siglo VII, así como diversos utensilios pertenecientes a la cultura anglosajona de la Edad Media, que cambiaron la visión que se tenía de dicha sociedad. Gracias al Tesoro de Sutton Hoo, se dejó de considerar a cultura anglosajona como rudimentaria y primitiva, para comprenderla como una cultura de poseía grandes conocimientos y sofisticación, así como Edith y Robert llegaron a conocer a Basil.
Pese a su juventud, el talento actoral de Mulligan nos permite, no solo verla como una mujer enferma que sabe que le queda poco tiempo de vida, sino que, a partir de sus miradas y gestos, podemos saber todo lo que está pensando su personaje, sin tener que musitar una sola palabra. Lo mismo va para Fiennes, el actor de The White Countess (una de las últimas películas de James Ivory como director), quien también es un experto en expresarlo todo sin tener que decir nada.
Hacia la mitad de la película encontramos a unos nuevos personajes como lo son el codicioso arqueólogo Charles Phillips (Ken Scott), un matrimonio que trabaja para él, conformado por Stuart y Peggy Piggott (Ben Chaplin y Lily James, quien nos sorprende por su talento una vez más), un joven aviador primo de Edith (Johnny Flynn) y May, la esposa de Basil (Monica Dolan), quien sospecha sobre el afecto que se despertó entre Basil y Edith, pero que como buena británica, se reserva todas sus opiniones al respecto y se limita a lanzar miradas reveladoras.
La hermosa fotografía de Mike Eley (My Cousin Rachel) nos hace volver a extrañar la magia de la pantalla grande y la historia contada por Stone y el amor y la dedicación puesta por el personaje de Basil, nos hace querer dedicarnos a la arqueología para descubrir el valor de nuestro pasado y de nuestra tierra.
Puede que Stone no alcance a llegar a la médula de su historia, del mismo modo en que lo hacía James Ivory en sus películas, pero La excavación es una cinta que nos recuerda una época en la que las películas británicas eran tan reconfortantes, cálidas y deliciosas como una pequeña tacita de buen té.
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