Desde Francia nos llega esta joya cinematográfica acerca de un cartero y su sueño que le tomó más de treinta años en hacerlo realidad.
Dir. Nils Tavernier
Jacques Gamblin, Laetitia Casta, Florence Thomassin
Ferdinand Cheval fue un cartero que vivió a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, en la región francesa de Châteauneuf-de-Galaure, en el departamento del Drôme. Luego de perder a su primera esposa y de volverse a casar con su amada Philomène, Cheval tuvo un sueño y se decidió en convertirlo en realidad: Construir un palacio para su hija Alice sin saber nada de arquitectura.
Cheval recogía piedras en la ruta en la que diariamente recorría para llevar el correo y con ellas construyó el castillo que le demoró 33 años en hacerse. De ser el “loco del pueblo”, Cheval pasó a ser una persona digna de admiración. Su obra llamó la atención André Breton y Pablo Picasso y, en 1968, el ministro de cultura André Malraux, declaró el palacio como Patrimonio Cultural.
Este excepcional hombre, a la vez genio y loco, de una personalidad introvertida y retraída, pero también de una conducta decidida y unos valores intachables, es encarnado a la perfección por el actor Jacques Gamblin (Les Enfants Du Marais). Gamblin nos convence de la constancia (miles de kilómetros recorridos en el ejercicio de su profesión y miles de horas dedicadas a la construcción de su visión) como también de esa fuerza y dureza que de vez en cuando daba visos de ternura y delicadeza.
El director Nils Tavernier, hijo de ese maestro del cine francés, el fallecido Bernard Tavernier, hereda el talento de su padre para contar historias por medio de imágenes. Asimismo, la ex modelo Letitia Casta es toda una fuerza de la naturaleza al interpretar a la esposa que reconoce inmediatamente el valor del aparentemente insignificante cartero. Casta logra combinar la dulzura de Philomèna con una fuerza de carácter que hace parte integral de la crianza en el campo.
La fotografía de Vincent Gallot (colaborador habitual en la serie Luther), inspirada en las pinturas de Fantin-Latour y Millet, le brinda la belleza necesaria a este relato que, como su protagonista, se limita a comunicarse a partir de miradas, silencios y acciones. De acuerdo con su director, Un lugar ideal es una reflexión sobre el duelo, la soledad y la locura. Pero también es una cinta romántica y humana con letras mayúsculas.
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