La tercera y última parte de la trilogía basada en los best-sellers de E.L. James es, en sí misma, toda una desagradable experiencia masoquista.
Director: James Foley
Dakota Johnson, Jamie Dornan
La peor película del 2015 fue Fifty Shades of Grey. La peor película del 2017 fue su secuela Fifty Shades Darker. Y ahora, la última parte de la trilogía compite seriamente para ser la peor película del 2018.
Piense en esta cinta como una mala película porno o un infomercial poco efectivo que promociona ayudas sexuales. La trama de suspenso de pacotilla que involucra una venganza absurda y mal justificada, está adornada con un product placement de BMW, una banda sonora de mierda, diálogos imbéciles, actuaciones que dan pena ajena, muchas situaciones sin resolver y unas secuencias sexuales impostadas a la fuerza, gratuitas y para nada sensuales.
Las pocas risas que genera esta cinta no son intencionales (y deberían serlo). Además, la historia se agota tan rápido que se debe recurrir a un mosaico de recuerdos de las dos primeras partes para cubrir la falta de imágenes y de imaginación. Pero lo peor de todo, es esa ideología enferma y machista que plaga tanto a los exitosos libros de E.L. James como a sus películas. Es todo un enigma que en esta época del «Me Too», la audiencia femenina acuda de manera masiva a las salas de cine y considere erótico y excitante que un cretino con dinero y con celos patológicos busque someter a una mujer con actitud de Blanca Nieves.
Llamar basura a esta trilogía es un halago. Los créditos finales, los cuales incluyen imágenes de la pareja conformada por Anastasia y el Sr. Grey sentados en un prado viendo correr a su hijo pequeño (me limpio el culo con los Spoilers de este producto), inducen al vómito pero, al mismo tiempo, llenan el corazón de felicidad. Al principio el espectador puede pensar que los síntomas son producto de un embarazo, pero no es así. La felicidad combinada con la nausea es porque esta saga por fin ha terminado.