El director de Lock, Stock & Two Smoking Barrels, Snatch y Rock N Rolla, nos entrega una nueva cinta coral sobre crímenes y traiciones, que no tiene nada que envidiarle a sus predecesoras.
Director: Guy Ritchie
Matthew McConaughey, Charlie Hunnam, Hugh Grant, Colin Farrell, Michelle Dockery, Henry Golding, Jeremy Strong
El mundo del cine es despiadado y a los directores no se les perdonan sus fracasos. Esto es algo que el británico Guy Ritchie sabe muy bien. Lock, Stock & Two Smoking Barrels, su primer largometraje, fue reconocido como una película sobre gánsteres con un estilo muy diferente al de Scorsese y Tarantino, gracias a su compleja estructura narrativa, un maravilloso sentido del absurdo, un fino humor negro, un uso de la música preciso y exquisito, y una sofisticación que nos recuerda a esas estupendas cintas sobre bribones y sinvergüenzas, que Inglaterra nos presentó durante la segunda mitad del siglo XX como lo fueron The Italian Job, Get Carter, The Ipcress File, The Long Good Friday, The Hit, The Krays o Mona Lisa.
Snatch, la segunda cinta de Ritchie, fue igual de energética, elegante y divertida. Pero luego del éxito, vinieron los fracasos. Swept Away, el remake de una comedia romántica dirigida por la gran Lina Wertmüller, fue odiado prácticamente por todos, enfatizando en la pésima actuación de Madonna, su esposa en ese entonces. Revolver, su tercera cinta sobre el mundo criminal, fue atacada por el uso de la cábala (en la que Ritchie y Madonna estaban inmersos en el momento de su realización) y por la ausencia del sentido del humor característico de sus primeros dos trabajos.
La sólida Rock N Rolla, las dos entregas de la franquicia de Sherlock Holmes, y la versión para cine de la serie de televisión The Man From U.N.C.L.E., recuperaron la reputación de Ritchie como director. Pero sus cintas sobre el Rey Arturo (no tan mala como se dice) y Aladdin (más mala de lo que se dice), no llegaron a evidenciar el talento y la creatividad de Ritchie, y nos hicieron extrañar una nueva inmersión a ese mundo criminal que él sabe recrear tan bien.
Menos mal nuestros ruegos fueron escuchados. Ritchie vuelve a sus raíces con una cinta tan «cool» como lo fueron sus primeros trabajos. Los caballeros parte con lo que, aparentemente, parece ser el asesinato de su protagonista, un norteamericano llamado Michael Pearson (Matthew McConaughey) y considerado como el más poderoso traficante de marihuana en Europa. Por lo menos, eso es lo que nos hace saber Fletcher (Hugh Grant), una especie de reportero sensacionalista de sexualidad ambigua, que está utilizando la información obtenida por medio de su trabajo de campo, para escribir un guion cinematográfico, pero también para chantajear a Ray (Charlie Hunnam), la mano derecha de Michael (intentar resumir la trama de una película de Guy Ritchie es como tratar de encontrar coherencia en una discusión de borrachos).
Por medio de flashbacks revelados por Fletcher a Ray (cabe aquí la posibilidad de un narrador sospechoso), descubriremos que Michael ama más que a nada en el mundo a Rosalind (deliciosamente interpretada por Michelle Dockery de la serie Downton Abbey), quien es consciente de la vida criminal de su pareja y capaz de defenderse por sí misma; y que el zar de la marihuana pretendía salir del negocio, vendiéndoselo por una fortuna a Matthew (Jeremy Strong) un magnate judío al que le interesa obtener la mayor tajada posible de la transacción.
También conoceremos a Dry Eye (Henry Golding de Crazy Rich Asians), el subalterno del mafioso Lord George (Tom Wu), quien sirve de intermediario para competir con Matthew en la compra del negocio de Michael; a Coach (Colin Farrell), el entrenador de un grupo de ladronzuelos, aficionados a las artes marciales mixtas, al Hip Hop y a montar vídeos clandestinos en la red, quienes cometieron el error de asaltar las instalaciones de Michael; a Laura Pressfield (Eliot Sumner) la joven hija de un hombre adinerado que gusta de consumir heroína con otros amigos pertenecientes a familias de magnates, y quien es extraída de su entorno perjudicial por Ray y sus fornidos ayudantes, en una operación que no sale muy bien; y al editor de un periódico (Eddie Marsan), quien termina implicado en una situación muy similar a la del Primer Ministro del episodio piloto de la serie Black Mirror.
Si lo anterior indica que Los caballeros es una película enredada con sobrecarga de personajes e información, es porque lo es. Pero el goce de una película de Guy Ritchie consiste en las exquisitas (y atípicas) interpretaciones de todo su elenco (especialmente en los papeles más breves); en la fragmentación desquiciada característica de su cine (aunque aquí es sobria, si se compara con sus trabajos anteriores); en los cientos de referencias a la cultura popular; en una banda sonora que siempre está en su lugar; en unos diálogos y situaciones plenos de gracia e ironía; y, en últimas, en recordarnos lo bueno que es el cine británico a la hora de abordar a bandidos y antihéroes.
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