
Viggo Mortensen actúa y dirige una elegía crepuscular y profundamente humana en clave de western.
Director: Viggo Mortensen
Viggo Mortensen, Vicky Krieps, Solly McLeod, Danny Huston, Garret Dillahunt

Hay películas que no están hechas para la época que las alberga sino para la que vendrá. The Dead Don’t Hurt pertenece a esa clase de cine que desafía la expectativa inmediata, ya que rechaza los arquetipos del western clásico y también los revisionismos contemporáneos, para, en su lugar, ofrecer un relato de gestos mínimos, emociones contenidas y decisiones morales complejas, que se despliega como un retablo de dolor y memoria. Escrita, dirigida, musicalizada y protagonizada por Viggo Mortensen (quien asumió el rol principal a último momento por sugerencia de Vicky Krieps), la película se inscribe en un linaje más europeo que estadounidense, donde lo esencial no se dice, se sugiere, y donde los silencios cargan con el peso de los muertos.

La historia no se cuenta de manera lineal. Mortensen elige el montaje como última instancia narrativa, en la que decide privilegiar la experiencia emocional por encima del relato cronológico. Así, vamos descubriendo la vida de Vivienne Le Coudy (una contenida y poderosa Vicky Krieps) desde su infancia hasta sus últimos días, entre fragmentos de guerra, amor, violencia y resignación. El tiempo se dobla y se pliega como las páginas de un diario íntimo, que va revelando, de forma intuitiva más que causal, la historia de una mujer marcada por la pérdida de su padre, la brutalidad de los hombres y una voluntad inquebrantable por florecer en la aridez.
Vivienne es el corazón del filme, y no por su centralidad argumental, sino por el modo en que su presencia organiza las memorias y proyecciones del relato. Antiguamente florista, convertida en madre, amante, víctima y superviviente, su tránsito por este mundo es leído por Mortensen con una delicadeza que recuerda más a Bergman que a Ford. De hecho, las escenas de mayor impacto no derivan del enfrentamiento físico sino de la intensidad moral de sus decisiones. Resistir la sumisión, criar a su hijo en soledad, resistir al poder corrupto del pueblo donde sobrevive.
Vicky Krieps se erige, con justicia, como la columna vertebral de la cinta Su interpretación rehúye de todo énfasis contemporáneo encarnando a una mujer ni empoderada ni sumisa, simplemente humana. Su mirada sostiene el peso de una época, y su dignidad silenciosa deja una impresión duradera. En cierto modo, su Vivienne podría haber salido de un cuento de Faulkner o una pintura de Millet.
Holger Olsen, el personaje de Mortensen, es más un satélite en torno a Vivienne que un verdadero protagonista. Excombatiente danés y luego soldado de la Unión en la Guerra Civil estadounidense, representa un tipo de masculinidad en retirada: Silenciosa, dubitativa y decente. Su aparente rectitud contrasta con sus decisiones ambiguas. Él deja sola a Vivienne para irse a la guerra, regresa a destiempo, y aún así no hay en él cinismo sino una forma de amor que fracasa por omisión. En sus gestos (como enderezar un cuadro torcido en una exposición) se filtra una ética de lo correcto que no alcanza para enfrentar el desorden del mundo.
La cinta no ofrece redenciones. El pueblo donde transcurre parte del relato, controlado por un trío de varones mezquinos y peligrosos conformado por el magnate Alfred Jeffries (Garret Dillahunt), su hijo Weston (Solly McLeod) y el alcalde Schiller (Danny Huston), encarna una Norteamérica donde la ley se prostituye y la justicia se ejecuta con el mango de una pistola. En una de las secuencias más crueles, la ejecución de un inocente recuerda tanto la brutalidad de la ocupación británica en las visiones de infancia de Vivienne como los crímenes institucionales que aún hoy persisten.
Mortensen encuadra todo esto con una sensibilidad pictórica. En la fotografía de Marcel Zyskind (colaborador de Mortensen en Falling, su debut como director) hay una reverencia por la naturaleza, por la luz y por la materialidad del paisaje que evoca a Days of Heaven, el clásico de Terrence Malick, pero también una economía de palabras y una evocación de los ritmos rurales que recuerda al cine de Kelly Reichardt (Meek’s Cutoff, First Cow). La música compuesta por el propio Mortensen acentúa el carácter elegíaco de la narración. Es una banda sonora que no adorna, sino que acompaña, como un lamento que se confunde con el viento.
Si hay violencia, es siempre breve y sucia. Si hay ternura, es sin alarde. La secuencia donde Olsen se encuentra con Vivienne y su hijo, o aquella donde Vivienne recibe una flor marchita y la devuelve con gratitud, revelan más sobre la condición humana que cualquier tiroteo. En este sentido, The Dead Don’t Hurt se ubica cerca de películas como Unforgiven de Clint Eastwood, The Ballad of Cable Hogue de Sam Peckinpah o incluso la estupenda serie Deadwood, westerns que entienden que el oeste no fue un escenario para gestas gloriosas sino un territorio donde los humanos buscaron sentido entre la brutalidad y el polvo.
El título en inglés hace referencia a un momento cuando el niño Vincent pregunta si los pájaros muertos sienten dolor. La respuesta de Olsen (que no) resuena como una mentira piadosa en un universo donde los muertos, en efecto, siguen doliendo. Por su parte, el título en español hace referencia a los sueños e ilusiones de Olsen y al final poético que nos recuerda a The Road, ese clásico apocalíptico dirigido por John Hillcoat, protagonizado por Mortensen y basado en la novela de Cormac McCarthy.
The Dead Don’t Hurt es una película que demanda atención, paciencia y sensibilidad. Es un trabajo de madurez, no solo porque Mortensen (a sus 65 años) ya no necesita probar nada, sino porque su mirada sobre el western es la de alguien que ha aprendido que las verdaderas batallas no se libran con revólveres sino con palabras no dichas, promesas incumplidas y recuerdos que se niegan a morir. Un lamento de amor y muerte, hecho con las manos de un carpintero, la memoria de un hijo y la poesía de quien sabe que toda historia verdadera es también una despedida.
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