Oppenheimer (2023)

Robert Downey Jr. nos entrega una de las mejores actuaciones de su carrera en el épico de Christopher Nolan sobre El Proyecto Manhattan.

Director: Christopher Nolan

Cillian Murphy, Robert Downey Jr., Emily Blunt, Florence Pugh, Matt Damon

En la película dirigida y escrita por Christopher Nolan basada en el libro ganador del Pulitzer Prometeo americano, una biografía de J. Robert Oppenheimer escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin y publicada en el 2005, no se mencionará nada sobre la familia del físico estadounidense. Gracias a un soberbio trabajo de edición a cargo de Jennifer Lame (Frances Ha, Midsommar, Tenet), lo que vamos a obtener es un thriller político frenético y grandilocuente filmado en IMAX que intentará capturar algunos momentos de su formación y que tratará de meterse en el interior de su cerebro privilegiado. 

Pero más allá de ser una cinta sobre la vida de Oppenheimer, en realidad, el trabajo de Nolan se centra la creación de la primera bomba atómica, al igual que Fat Man and Little Boy, la olvidada cinta de Roland Joffé de 1989 en la que Dwight Shultz (el loco Murdock de la serie Los magníficos) interpretó a Oppenheimer. Pero a diferencia de Pies descalzos, el cruento anime de 1983 sobre la caída de la bomba atómica en la ciudad de Hiroshima, el trágico incidente que llevó a la rendición de Japón, este terrible evento tan solo se mencionará, pero no se mostrará. Quienes pensaban con ver a Tom Hardy enmascarado y piloteando el Enola Gay, se llevarán una gran desilusión.   

Durante la Segunda Guerra Mundial, con el temor de que los alemanes pudieran desarrollar armas nucleares, Estados Unidos inició el Proyecto Manhattan, un programa secreto destinado a desarrollar la bomba atómica. En 1942, Oppenheimer fue nombrado director científico del proyecto debido a su experiencia y liderazgo y este reunió a un grupo de destacados científicos en el Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México, donde trabajaron en el diseño y desarrollo del arma de destrucción masiva. Bajo su dirección, se produjeron dos tipos de bombas. Una de uranio enriquecido llamada “Little Boy” y otra de plutonio conocida como “Fat Man” (de ahí el título de la cinta de Joffé). 

En 1945, se realizó con éxito la primera prueba nuclear en Alamogordo, Nuevo México, la cual es capturada en la cinta de Nolan con todo su esplendor y poder. Y luego que el presidente Harry S. Truman autorizó el lanzamiento de las dos bombas en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer se convirtió en todo un héroe norteamericano y recibió numerosos honores y premios por su trabajo. Sin embargo, durante la Guerra Fría, el físico fue acusado de ser un simpatizante del partido comunista, y sus antecedentes políticos fueron objeto de investigación por parte del gobierno de los Estados Unidos. En 1954, Oppenheimer fue despojado de su autorización de seguridad debido a sus opiniones y sus inclinaciones políticas del pasado. Todo este proceso hace parte medular de la película. 

La estructura narrativa fragmentada característica del Nolan aquí está presente, aunque no de una manera tan compleja y sofisticada como en Memento y Dunkirk (todavía sus mejores películas hasta el momento). De hecho, la forma de contar la historia de El Proyecto Manhattan y la persecución a Oppenheimer nos recuerda a la de JFK, la paranoica  cinta de Oliver Stone de 1991 sobre la conspiración detrás del asesinato de John F. Kennedy. 

Tristemente, el talón de Aquiles de Nolan, el cual está en una música ensordecedora que no nos permite pensar, pero sí otorgarle una dimensión épica y abrumadora a sus películas (piense en Inception), está más que presente aquí. En Dunkirk, el recurso musical fue utilizado de una forma precisa e inteligente por Hans Zimmer, pero en Oppenheimer, el score a cargo de Ludwig Göransson se sobreactúa y como un gigantesco florero en el centro de la mesa, nos impide ver qué lo que está ocurriendo. 

Pero esto no quiere decir que la cinta de Nolan sea un trabajo decepcionante, ni mucho menos. Es exagerado decir que este sea su mejor trabajo, pero no lo es afirmar que esta sea su película más grande en todo sentido. Lo mejor de Oppenheimer lo encontramos en la secuencia magistral de la primera detonación en Alamogordo, que incluye un diseño visual y sonoro que nos recuerda por qué a Christopher Nolan se le tiene endiosado.  Sin embargo, hay que recordar que David Lynch ya nos había metido en el infierno nuclear, en un grandioso y vanguardista capítulo de su tercera temporada de Twin Peaks, así las intenciones de los dos directores hayan sido muy diferentes.

Pero también el poder de Oppenheimer está en sus actuaciones. Cillian Murphy utiliza el estoicismo, la introversión, los traumas y el misterio que le aportó al mafioso Thomas Shelby en la estupenda serie Peaky Blinders, para confeccionar su retrato del físico neoyorquino. El Oppenheimer de Murphy es ególatra e irresponsable, como lo describe el teniente general Leslie Groves (interpretado con ferocidad por Paul Newman en la cinta de Joffé y aquí de una manera más gentil por Matt Damon), pero también es una de esas personas con un cerebro privilegiado que ve al mundo de una manera diferente (Nolan logra mostrar esto con elocuencia) y una persona a la que su amor por la ciencia lo hace olvidar de un principio fundamental y es que la racionalidad siempre debe velar por el progreso y bienestar de la humanidad. Como lo muestra esta cinta, Oppenheimer aprende la lección, pero lo hace demasiado tarde.

Sin embargo, la mejor actuación de la película (y del año) es la de Robert Downey Jr., quien se despoja de su armadura de superhéroe, para convertirse en el viperino Lewis Strauss, el para nada humilde vendedor de zapatos que terminó liderando la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos y que aquí es retratado como todo un Judas para Oppenheimer. Downey ya había dado cuenta de un impresionante calibre actoral encarnando a Chaplin en la cinta de 1992 de Richard Attenborough (una tarea para nada fácil), y como Joseph Wershba en la obra maestra de George Clooney Good Night, and Good Luck (una de las mejores películas sobre periodismo de todos los tiempos). Pero su interpretación de Strauss es espléndida y debe ser reconocida en la próxima entrega de Premios de la Academia. 

Las mujeres en la vida de Oppenheimer (una persona infiel y mujeriega, en contra de los estereotipos con los que se describe a los científicos ) también se destacan en la cinta de Nolan. Florence Pugh encarna a la perfección a Jean Tatlock, la psiquiatra y miembro del Partido Comunista Estadounidense con la que Oppenheimer mantuvo una relación intensa y tormentosa (curiosamente, esta es la película más sexual en la filmografía del director). Y Emily Blunt es magnífica como Katherine Oppenheimer, la esposa alcohólica y tolerante pero de espíritu combativo. 

Las semejanzas con JFK de Stone no se quedan en el bombardeo de flashbacks y flashforwards o en la combinación de escenas a color y blanco y negro (cortesía del talentoso director de fotografía Hoyte van Hoytema, colaborador habitual de Nolan), sino también en la estrategia llevada a cabo por Oliver Stone de convocar a un extenso elenco conformado de estrellas que se remiten a interpretar breves papeles con una contundencia precisa y necesaria para que los espectadores puedan reconocer con facilidad quién es quién. Ese es el caso de Jason Clarke, quien descarga una tremenda energía como Roger Robb, miembro de la audiencia que revisó las actividades políticas de Oppenheimer; Gary Oldman es diabólico como el presidente Harry S. Truman; Josh Harnett nos recuerda lo buen actor que es como el químico nuclear Ernest Orlando Lawrence; los gratamente bienvenidos Casey Affleck y Dane DeHaan son la paranoia convertida en persona interpretando a los militares Boris Pash y Kenneth Nichols, respectivamente; Kenneth Branagh le otorga el aire de respeto y dignidad necesarios al físico danés Niels Bohr; Matthew Modine está en su punto como el ingeniero Vannevar Bush; David Dastmalchian es puro veneno como William Borden, la persona que acusó a Oppenheimer de atentar contra los intereses norteamericanos; el veterano James Remar le da peso al estadista Henry L. Stimson; y Benny Safdie (uno de los hermanos directores de las magníficas Uncut Gems y Good Time), encarna al físico Edward Teller, el padre de la Bomba H, como un hombre al borde de la sociopatía. Junto a ellos encontramos a Jack Quaid de The Boys como el físico Richard Feynman; Rami Malek como David Hill, el hombre que se convertirá en unos de los principales defensores de Oppenheimer; y Tom Conti regresa al cine encarnando nada menos que a Albert Einstein. 

Contrario a lo que las redes sociales quieren hacernos creer, Oppenheimer no es una de esas películas para adolescentes (o para adultos con mentalidad de adolescentes) que dominan los múltiplex (su paralelismo con Barbie es por demás absurdo). La cinta de Nolan es hecha por adultos para adultos y es una bendición que esta historia no haya caído en las manos patrioteras y sesgadas de Michael Bay, el director de la infame Pearl Harbor

Sin embargo, Nolan no es Kubrick, así algunos insistan en hacer esa comparación, como tampoco es el nuevo David Lean, un autor al que Spielberg se le acerca, más no supera. Por tal razón, sus intentos de profundizar en la psicología de su protagonista no son del todo exitosos, el abordaje del contexto sociopolítico en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría se sienten dispersos, las discusiones sobre física cuántica son poco sofisticadas e infantiles; y el discurso moral no llega a ser hipócrita, pero sí es en extremo ambiguo. 

Muchos se refieren a Terminator 2, Titanic y (¡ups!) Avatar, como los grandes triunfos en la carrera de James Cameron, pero su verdadero logro lo encontramos en la primera Terminator, una cinta de bajo presupuesto, pero una obra maestra redonda a la que nada le sobra o le falta, como lo es Memento de Nolan. Oppenheimer puede ser la película más grande en la carrera de este director, pero, definitivamente, no es la mejor. Hay que recordar que menos es más.

Sobre André Didyme-Dôme 1649 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para la revista Rolling Stone en español y es docente universitario; además, es director del cineclub de la librería Casa Tomada y conferencista en Ilustre. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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